Fecha: 21 de julio de 2024

He escogido el título que encabeza este comentario por una doble razón: responde a una cita del salmo 71 de la Biblia y ha sido el mismo que ha utilizado el papa Francisco para su mensaje anual sobre la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores que se celebra el próximo domingo, 28 de julio. Sirvan estas líneas para sensibilizar a toda la comunidad diocesana, y a la sociedad en general, de una realidad social, la de los mayores, tan querida y tan necesitada.

No haría falta señalar la importancia del trato dado a los mayores porque cercana es la preocupación de muchos atendiendo en vuestra familia a los padres que tienen muchos años de experiencia vital y acumulan gran sabiduría en sus consejos y orientaciones. Desde luego resulta muy variada la atención familiar ya que es distinta la situación ambiental de cada una de ellas; depende, entre otros parámetros, de la salud/enfermedad, ingresos familiares o número de personas en situación precaria. Reconociendo la gran dificultad por generalizar una solución a los diversos casos y darles una solución adecuada, importa en nuestro caso señalar y aconsejar sobre todo la actitud de cada uno ante una problemática que, en ocasiones nos desborda y nos llena de angustia. Por ello pedimos paciencia y constancia en el trato, fortaleza con la lectura de la Palabra y la participación en los sacramentos que fundamenta nuestra propia vida. Esas tres actitudes deberían estar envueltas en la consideración sobre la gratitud. A veces nos olvidamos de lo que han hecho por nosotros y afloran tensiones y comparativas familiares entre hermanos y sobrinos sobre el reparto de las cargas de los mayores. ¡Que no nos duela agradecer!

Últimamente han proliferado las residencias para mayores. Es una solución para muchas familias que no pueden conciliar el trabajo ordinario que permite el sustento para el conjunto con otras obligaciones igualmente importantes: la crianza de los más jóvenes o el cuidado de los mayores. Encuentran en una residencia la solución. Nadie puede enjuiciar el gesto de una familia distinta a la nuestra porque se da por descontado que se busca lo mejor para todos: o el domicilio de siempre, o el de los hijos con los nietos o un centro asistencial donde terceras personas se ocupan de todo. Sobre estas posibilidades puede haber otras muchas variaciones. Encontraréis en todas esas situaciones muchas personas que se entregan con todo el cariño del mundo a los demás y personas con una incomprensible frialdad. Y eso deja sorprendidos admirando o escandalizados repudiando una u otra posibilidad.  A todos se nos pide mantener con claridad una característica humana que honra a quien la practica y que fundamenta la vida de millones de creyentes: el amor sin límites a los demás. Es, por otra parte, el mandamiento central que nos ordena el mismo Jesucristo. Es enojoso en ocasiones porque se impone al egoísmo que tantas veces manejamos para defender nuestros gustos o intereses, pero su ejercicio es fuente de sentido y de felicidad para cada uno que lo intenta y, como consecuencia, para nuestros semejantes y, en concreto, para nuestros mayores.

Termino con una frase del Mensaje del papa Francisco, quien por sus años vividos entiende perfectamente la situación de los ancianos y es exponente de lo que decimos por su propia experiencia y por la sabiduría acumulada en la relación con los demás. Dice así. “En esta Jornada… dedicada a ellos, no dejemos de mostrar nuestra ternura a los abuelos y a los mayores de nuestras familias, visitemos a los que están desanimados o que ya no esperan que un futuro distinto sea posible. A la actitud egoísta que lleva al descarte y a la soledad contrapongamos el corazón abierto y el rostro alegre de quien tiene la valentía de decir ‘¡no te abandonaré!’ y de emprender un camino diferente”. Bellas palabras que nos animan a modificar nuestros fríos comportamientos.