Fecha: 5 de febrero de 2023
Cada año el “Día del enfermo” nos ayuda a volver a cuestiones fundamentales de la vida. La propia enfermedad es algo “fundamental”.
Entendemos que en el mundo de la medicina, en los programas y las políticas sanitarias se ha de hablar de “enfermedades”, pues en estos terrenos las estadísticas, el trato científico técnico y la medida de resultados es algo esencial. Pero preferimos hablar de enfermos, ya que el centro de nuestra atención es la persona, unidad de cuerpo y espíritu, en la que todo se integra en la unidad de un sujeto humano. Cuando vamos a un hospital sentimos la necesidad de recordar que “no hay enfermedades, sino enfermos”, ¡la enfermedad es personal… porque el cuerpo es personal!
Está bien dicho esto de “Día del enfermo”. También es oportuno insistir, como hace la Carta del Papa, en la obligación moral de imitar al Buen Samaritano que se “hace cargo de la curación del enfermo”, la víctima que uno puede encontrar al borde del camino: ocuparse de él es activar la compasión, como ejercicio sinodal de curación.
Pero, en cristiano, “hacerse cargo” del enfermo es algo más que actuar en favor del necesitado por compasión. En todo caso, para el cristiano “la compasión” es mucho más que un sentimiento. Me sorprendió la lectura de un trabajo del teólogo español Manuel Gesteira, titulado “Christus Medicus”. Jesús ante el problema del mal. En él hay una recopilación de textos de los Santos Padres referentes al trato cristiano, incluido el trato pastoral, con los enfermos. Leemos:
Clemente de Alejandría recordaba: Y así como Cristo es médico magnífico, cuya actuación está presidida por el amor generoso, así también la del médico cristiano. Y Gregorio de Nisa: Para todos vosotros los que cultiváis la medicina, el amor a los seres humanos es una costumbre ya connatural. Porque también aquel que situó vuestra ciencia por encima de todas las cosas que forman la vida humana, pronunció palabras justas y no perdió nunca de vista el bien. E Ignacio de Antioquía recomendaba a Policarpo de Esmirna: Lleva a todos sobre ti como a ti te lleva el Señor. Soporta a todos con espíritu de caridad, como ya lo haces… Carga sobre ti las enfermedades de todos.
Decimos que la sinodalidad no solo es estar y actuar juntos, dialogar o ponernos de acuerdo, sino que es sobre todo compartir vida, vivir la comunión entre nosotros. Por la misma razón estar junto al enfermo y hacerse cargo de su necesidad es vivir, de algún modo “convivir”, su sufrimiento.
Sabemos que esto, tal cual, entre nosotros no es posible con todos y que solo con los más cercanos se puede vivir algo de este ideal: nuestro amor es estrecho, selectivo, condicionado. Pero en lo profundo la comunión del Espíritu permite una ampliación del amor hasta cotas insospechadas.
Jesús, el Siervo de Yahvé, tomó sobre sí nuestras enfermedades. Para acercarnos al enfermo es útil activar nuestra sensibilidad y ponernos en acción sirviéndole. Pero quien está en Cristo, compartiendo su Espíritu, no solo ve dilatado su amor real hacia el que sufre, sino que le ofrece la mejor medicina: contagiar la forma de vivir el sufrimiento como momento privilegiado de gracia.
No hablamos en teoría. El filósofo Jean Guitton, en su libro “Pablo VI secreto”, dejó constancia de la respuesta del papa ante la enfermedad personal, eclesial y social:
“En mi enfermedad he podido constatar la verdad de las palabras de San Pablo: “para los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rm 8,28), a lo que San Agustín añadía: “Incluso los pecados”. De mi enfermedad Dios sacará un bien mayor. “Si perdiste la utilidad de la desdicha, aun te haces más desgraciado”
Utilidad, es decir, crecimiento, maduración, gracia. Llevamos dentro la medicina del Espíritu y la ofrecemos cuando compartimos la vida en verdadera comunión fraterna.