Fecha: 30 de marzo de 2025

Este sábado celebramos en nuestra diócesis la Jornada diocesana de las Migraciones. Fue en 2023 cuando se creó en la diócesis la Delegación episcopal de Migraciones y al año siguiente se celebró la primera jornada diocesana. Se trata, pues, de un ámbito pastoral relativamente nuevo en nuestra diócesis pero que responde a un anhelo y una realidad que se ha ido haciendo cada vez más presente y que en los últimos tiempos se han incrementado notablemente.

Los cambios sociales acaecidos en estos inicios del siglo en el mundo han comportado flujos migratorios desde amplias zonas del tercer mundo hasta nuestras tierras occidentales. Son situaciones a menudo vividas con dolor y que piden una respuesta de nuestras comunidades no siempre fácil de dar. Hay otros movimientos migratorios no tan duros y complejos pero que también piden un acompañamiento y ayuda.

Como Iglesia tenemos bien presentes las palabras del Señor en el juicio final en el evangelio de San Mateo: «era forastero y me acogisteis» (Mt 25.35); y esta invitación resuena una y otra vez en el corazón de los cristianos y de todas las personas de buena voluntad. Pero en realidad deberíamos preguntarnos quién es el forastero. ¿Acaso no somos todos forasteros en este mundo? Dice el salmo: «Soy forastero en esta tierra, no me escondas tus mandamientos» (Sal 119, 19).

El papa Francisco, en la bula Spes non confundit de convocatoria del jubileo que estamos celebrando hace referencia a cómo este es uno de los ámbitos que «necesitan de la presencia salvífica de Dios y que requieren ser transformados en signos de esperanza» (núm. 7): «no pueden faltar signos de esperanza hacia la vida a los migrantes que abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y para sus familias» (núm. 13).

Esta es una realidad hoy muy presente en nuestro mundo, pero no es una situación nueva para la Iglesia. Ya los apóstoles se encontraron inmersos en una sociedad multicultural, diversa, y con su testimonio y su vida llevaron la luz del evangelio. Sin duda que Pedro y Pablo en Roma tuvieron que moverse en un contexto similar, en el que ellos mismos eran forasteros.

Nuestra sociedad es el resultado de un proceso evolutivo de siglos que las migraciones, a lo largo de la historia, han generado con el paso de los años la confluencia de culturas y sensibilidades diferentes, y es una riqueza que nosotros no podemos estropear con actitudes egoístas, individualistas o despreciativas por parte de unos o de otros.

Desde la Delegación episcopal de Migrantes y toda la Iglesia diocesana debemos trabajar para impulsar y animar la acción evangelizadora con estos hermanos respetando su sensibilidad, evitando cierres y rechazos para que se encuentren con el Señor, con el objetivo de que se sientan integrados en las comunidades cristianas, parte de una verdadera familia. «Era forastero y me acogisteis» (Mt 25, 35), este es el mensaje que nos deja el evangelio en esta Jornada.