Fecha: 18 de abril de 2021

Estimados y estimadas,

Espíritu, ¿hacia dónde guías nuestras Iglesias? Esta fue la pregunta del Concilio Tarraconense, como la que nos debemos hacer hoy repetidamente. A lo largo de doce domingos hemos intentado responder, inspirados en aquellos pasajes más significativos del documento que el pasado enero, publicamos los obispos con motivo del vigésimo quinto aniversario del Concilio. Y hoy terminamos este recorrido con esta afirmación: El Espíritu nos guía hacia un camino conjunto de las Iglesias con sede en Cataluña.

Después de todo un trabajo previo en el que habían participado unos sesenta mil cristianos de toda Cataluña, hace veinticinco años, los más de doscientos miembros que se reunieron en asamblea conciliar celebraron juntos los santos misterios, oraron al Señor, abrieron sus corazones a la Palabra de Dios y a las voces de los hermanos. A la luz del Espíritu, reflexionaron y discutieron fraternalmente con el deseo de interpretar su voz, que pedía a nuestras Iglesias hacer una adecuada recepción de las enseñanzas del Concilio ecuménico Vaticano II, todo surgiendo del mismo Evangelio del Señor Jesús. Fue un fruto del Espíritu Santo y una gozosa experiencia de comunión eclesial.

Como hemos visto a lo largo de estos domingos, el Concilio Tarraconense se propuso, como denominador común de los temas a tratar, la evangelización. Y el primer secreto para la evangelización es la conversión personal y, por este camino, la purificación y la vitalización de las instituciones y de los servicios eclesiales. Ahora bien, ni la conversión personal ni la purificación de las instituciones tienen lugar en una cámara aséptica, esterilizada. Pensar en un Evangelio químicamente puro sería soñar. El Evangelio es para los hombres y mujeres, cada uno de los cuales vive unas circunstancias propias, tiene sus tradiciones, su talante específico y su propia manera de expresarse. La sinodalidad eclesial se concreta en cada Iglesia y en cada territorio. Ello es precisamente lo que enriquece la Buena Noticia de Jesús.

Hace ciento veinticinco años, el venerable obispo de Vic, Josep Torras i Bages, con el estilo literario de la época, escribía que la religión cristiana puede «identificarse con una comarca, sin que ella haya de sacrificar ninguno de sus elementos; aun quedando estos amparados por la misma religión». Y añadía: «La Iglesia es regionalista porque es eterna.» Los organismos políticos, los Estados, son fruto de los acuerdos y de los pactos de los hombres. Las naciones, en cambio, son «unidades sociales naturales formadas no en congresos, ni en dietas de hombres de Estado, sino en los eternos consejos de la Providencia divina». «Por eso la difusión evangélica ya se hizo sin tener en cuenta los Estados políticos sino las diversas gentes o naciones, y predicó no a los súbditos del imperio romano o del imperio persa, sino a los hijos de Corinto o de Roma, o de Tesalónica o de Esmirna, o de Galacia. La religión […] es una sobrenatural perfección de la naturaleza y por ello busca las entidades naturales más que las políticas, es decir, más la región que el Estado, porque es divinamente naturalista.»

Por este mismo motivo, en el documento publicado el pasado día de San Fructuoso, afirmamos los obispos: «La concreción del camino conjunto de comunión entre las diez Iglesias diocesanas con sede en Cataluña pasa por la consolidación de la unidad pastoral entre ellas, entendida y vivida con espíritu de comunión interdiocesano y de coordinación pastoral.» Pidamos, pues, en nuestra oración personal y comunitaria que, fundamentados en la fe plantada con la sangre de nuestros primeros mártires, a la luz del Concilio Provincial y bajo la luz del Espíritu, la Conferencia Episcopal Tarraconense pueda avanzar en este camino de unidad pastoral. Porque sólo así las decisiones que se vayan tomando en medio de las vicisitudes e incertidumbres del momento presente estarán verdaderamente moldeadas con la arcilla de nuestro pueblo.

Vuestro,