Fecha: 14 de febrero de 2021
Estimados y estimadas,
A la luz del Concilio Tarraconense, en el documento publicado el mes pasado los obispos subrayamos cómo el Espíritu del Señor nos ha de guiar hacia una Iglesia que esté más atenta a los pobres y a los que viven en las periferias. Pienso que es el reto más grave y urgente que tenemos planteado. De hecho, nos lo plantea el mismo Evangelio y la misma sociedad. Lo estamos comprobando durante todo este tiempo de pandemia. Cuando San Pablo, en el areópago de Atenas, pronuncia aquel discurso tan bien estructurado, modelo de oratoria, y termina diciendo que Jesús ha resucitado, los atenienses le dicen: «De esto te oiremos hablar en otra ocasión» (Hechos 17,32). Pero cuando la gente empieza a ver que los que se llaman cristianos se ayudan unos a otros y atienden a los pobres, vienen los comentarios de sorpresa y el cristianismo empieza a hacerse creíble a los ojos de muchos. Como dice la Carta de Santiago, «así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro» (2,17).
En la Exhortación apostólica Evangeliigaudium, el papa Francisco hace una afirmación que ya le salió del corazón en el momento en que se convirtió en obispo de Roma: «Deseo una Iglesia pobre para los pobres» (n.198). «Este es un elemento fundamental del tiempo eclesial que vivimos desde el Concilio Vaticano II», afirmamos los obispos en el documento de hace unos días. Y añadimos: «El papa invita a toda la Iglesia a considerar a los pobres como cercanos, como primer prójimo nuestro, como los que Dios escoge como amigos suyos y favoritos de su Reino». «En una palabra, la Iglesia debe ser “casa de los pobres”, a imitación de Jesús, Mesías de los pobres y de los enfermos (Evangeliigaudium, 199). Y lo debe ser dando a la vez testimonio de transparencia, honestidad y justicia social, cuidando de la creación y entendiendo el uso de los propios bienes como servicio y disposición para los otros (Concilio Tarraconense, resoluciones 87 y 91)». Es fundamental el testimonio de la propia comunidad cristiana. El uso que hacemos de los propios bienes de la Iglesia debe ser el signo de lo que predicamos.
Precisamente, hoy tiene lugar la Campaña de Manos Unidas contra el hambre en el mundo. «Contagia solidaridad para acabar con el hambre», afirma el lema de este año. Roguemos que Dios multiplique los frutos del trabajo de esta institución eclesial y nos sensibilice por un mundo más solidario y fraterno. Al mismo tiempo, pido al Señor que rejuvenezca en espíritu y en edad a sus voluntarios. Porque «no se trata sólo de sostener y atender a los pobres y los periféricos desde la caridad» ―afirmamos los obispos―, «sino hacer que las periferias sean prioritarias, de manera que se conviertan en los lugares desde los que la Iglesia renazca con nueva fuerza».
«La comunicación del Evangelio en las periferias, tanto geográficas como existenciales, en las realidades de dolor y de soledad, debe ser, pues, el objetivo primero de la misión evangelizadora de la Iglesia». Porque «es aquí donde la luz del Evangelio brillará con fuerza gracias a una Iglesia que no tenga miedo de hacerse presente en territorios y ámbitos marginales, a menudo replegados en sí mismos, pero también sensibles y abiertos al Evangelio de la misericordia».
Resulta claro, por tanto, que, en este punto capital, la Iglesia no puede detenerse ni en simples consideraciones de tipo espiritual ni en acciones meramente caritativas. Debe bajar a la arena de las conclusiones concretas: el seguimiento de Jesús tiene unas consecuencias sociales prácticas.
Vuestro,