Fecha: 5 de junio de 2022
Estimados y estimadas. Terminamos la cincuentena pascual, unos días de gozo, durante los que hemos tenido tiempo de contemplar las hazañas de Dios en la primera comunidad cristiana y en nuestra propia Iglesia diocesana de Tarragona. Y como culminación de la gran fiesta de Pascua, hoy celebramos el regalo de Jesús resucitado que nos ofrece su Espíritu Santo, a fin de que sigamos experimentando el consuelo de su presencia vivificante.
Precisamente, durante la Pascua, hemos tenido la conclusión de la fase diocesana del Sínodo sobre la sinodalidad. En este sentido, celebramos con júbilo la Asamblea Diocesana el pasado 7 de mayo en el Centro Tarraconense El Seminario. La Comisión Diocesana para el Sínodo, después de haber leído todos los trabajos recibidos por parte de más de cien grupos que respondieron a las preguntas formuladas, con un total de mucho más de mil participantes, en el que elaboraron una síntesis de las aportaciones recibidas, con una cincuentena de propuestas. Éstas, en la Asamblea, después del debido debate y con algunos retoques, fueron aprobadas. En ellas, sobresalen tres palabras: Laicado, corresponsabilidad y formación. Se trata de ir fomentando en las diversas parroquias y comunidades grupos de laicos y laicas que sean algo más que meros colaboradores de los sacerdotes, sino que, con la debida formación, se conviertan en parte integrante de los diversos equipos apostólicos o pastorales. Para ir alcanzando estos objetivos, hace falta capacidad de diálogo y espíritu sinodal por parte de todos, sabiéndonos escuchar los unos a los otros, a fin de poder escuchar la voz del Espíritu Santo presente en medio de nosotros.
A partir de ahora, todo este trabajo seguirá dos líneas de comunión sinodal: 1) Por un lado, hacia la Iglesia Universal, que lo recibirá junto a las de todas las diócesis del mundo, con las que nos sentimos hermanados y en comunión católica. Precisamente, el próximo sábado, día 11 de junio, los obispos, junto con un reducido grupo de cada diócesis, nos encontraremos en Madrid para recoger los trabajos de todo el país. Después, a partir de todo el trabajo de la Iglesia Universal, nuestras propias aportaciones, enriquecidas por las mil voces creyentes, seguidoras también de Jesús y creyentes en el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, cuando acabe el Sínodo, nos serán devueltas más enriquecidas, con más ideas, con mayor vigor. Y nosotros lo recibiremos con entusiasmo.
2) Por otra parte, el documento aprobado en Tarragona será entregado al Consejo Pastoral Diocesano y será la base de sus acciones y trabajos, extrayendo todas las posibilidades, para poder subrayar algunas prioridades que se deben afrontar en el presente inmediato de nuestra Archidiócesis.
Que tengamos la misma sabiduría y discernimiento del profeta Elías (cf. 1Re 19,8-13), para entender que el Espíritu de Pentecostés no se encuentra en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego, signos espectaculares y recurrentes para expresar la grandeza divina. El hombre de Dios, en cambio, lo reconoce en el murmullo de un viento suave, pequeño e insignificante, aparentemente contrario a nuestro imaginario de la omnipotencia divina. Es, precisamente, ese vientecillo que hace avanzar en la cotidianidad del día a día, a nuestra querida Iglesia de Tarragona.
¡Santo Pentecostés!