Fecha: 7 de mayo de 2023
Estimadas y estimados. La historia nos cuenta que, al inicio de la Revolución del año 1868, que supuso el destronamiento y el exilio de la reina Isabel II, las llamadas Juntas provinciales implementaron un tono de innecesaria persecución religiosa a una revuelta que no había surgido como oposición a la Iglesia, sino como deseo de mayores libertades democráticas. Estas Juntas rivalizaron en decretos y excesos anticlericales: disolución y expulsión de religiosos y eclesiásticos, ocupación de iglesias, saqueo de conventos, etc… En medio de todos estos lamentables sucesos, se cuenta que el alcalde de un pueblo de Cataluña, no teniendo ninguna institución religiosa por disolver, escribió al Gobernador de la Provincia en los siguientes términos: «Pongo en conocimiento de V.E. que he disuelto al Cura Párroco». ¡No se habla, sin embargo, de cómo lo hizo!
La anécdota tiene su gracia, pero tiene también su cariz lastimoso. Aquel alcalde no podía enorgullecerse de excesiva cultura. De igual manera, la ausencia de una cultura judeo-cristiana lleva al desconocimiento de lo que ha impregnado nuestra cultura occidental y de las propias creencias religiosas de muchos de nuestros conciudadanos. Entonces, como hemos vivido hace unas semanas, podemos encontrarnos con situaciones en las que, pasándose de listo, uno acaba o haciendo el ridículo o faltando el respeto a los sentimientos religiosos más íntimos de los demás, lo que viene a ser lo mismo. Y por el camino que vamos, ¿quién asegura que el caso no pueda repetirse?
¿De dónde viene que hagamos fiesta el domingo y no el martes? ¿Por qué la Pascua es una fiesta secular? ¿Qué significan las cruces que en muchos sitios encontramos en las entradas de los pueblos? ¿Para qué sirven estos edificios grandes, con frecuencia monumentos de arte, que dan una fisonomía propia a cada pueblo? ¿Por qué decimos que estamos en 2023 y no en 1800? ¿Qué pintan tantas ermitas y santuarios en los lugares más emblemáticos de nuestra región? Y podríamos alargar la lista con preguntas tan caseras como las anteriores.
La historia de nuestros pueblos no puede silenciarse. Todo el mundo es heredero de un pasado que no ha escogido y que, sin embargo, le conforma. Por honradez a las nuevas generaciones, hay que procurarles un mínimo de cultura judeocristiana, al menos para entender nuestro propio país. Se calcula que, entre la escuela pública y la concertada, algo más del 25% de los alumnos de Cataluña acuden a la clase de religión. Ahora, que tenemos la oportunidad en Cataluña de implementar una «atención educativa» al alumnado que no opta por la clase de religión confesional, rogamos a las autoridades educativas que, al menos, esta atención educativa incluya unos mínimos de cultura judeocristiana, dado que ―lo queramos o no― la propia Biblia se convierte en un verdadero atlas iconográfico de nuestra cultura occidental.
Cuando era pequeño e iba a la escuela pública de mi pueblo, eran los años en los que se silenciaban unos hechos de la historia que han contribuido a ser lo que somos. En su momento, los de mi generación nos quejamos. Cuando en nuestras calles aparecieron placas con nombres como Rafael Casanova, Francesc Macià, Carrasco i Formiguera o 11 de septiembre, tuvimos que aprender quiénes eran estos señores o qué ocurrió ese día. Lamentable cuando son personas y hechos clave de nuestra historia. Igualmente, una cultura religiosa básica, completa y objetiva no debe dar miedo a nadie. ¿No decimos que la persona humana puede ser más libre cuantos más conocimientos posea?
Vuestro,