Fecha: 26 de diciembre de 2021
En el ambiente propio de las fiestas de Navidad, la liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar el misterio de la familia de Nazaret, en la que nació Jesús y en la que, como nos dice el Evangelio, “creció en fortaleza, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres”. Acompañado por María y José, el Hijo de Dios, que hizo suya nuestra humanidad, fue progresando en las virtudes que hacían de Él el hombre perfecto, y fue abriendo su corazón al Padre, disponiéndose a cumplir su voluntad.
Por voluntad del papa Francisco hemos dedicado el año que pronto acabará a la figura de san José. La carta que nos dirigió a toda la Iglesia tiene un título bonito: “Con corazón de padre”. José amó a Jesús. Ser padre no es algo únicamente biológico. La paternidad no educa si no se convierte en una relación espiritual. Igual que José amó a Jesús con corazón de padre, los padres tienen que amar a sus hijos con los mismos sentimientos.
José tuvo un corazón de padre, porque se entregó plena y absolutamente; olvidándose de sí mismo se dio a su misión sin perder la confianza en Dios, ni en Maria, ni en Jesús. Y esto no lo llevó a ser menos feliz, sino más. ¡Cuánta felicidad habría en las familias y cuánta alegría, si se vivieran estas actitudes de san José! Que este año, en el que hemos sido invitados a contemplar y profundizar en el significado de su figura y en su mensaje, nos ayude a todos a crecer en humanidad y en fe.
Sin lugar a duda, uno de los retos pastorales que tenemos en la Iglesia es superar las dificultades en la transmisión de la fe. Dios puede dar la gracia de la fe por caminos insospechados, pero ordinariamente lo hace en los ámbitos donde las personas nacen, crecen y se educan. Transmitir la fe no se reduce a transmitir una ideología. La fe es una actitud ante la vida, en la que la confianza en Dios y en su amor es lo más decisivo. Una fe sólida solo se puede recibir en ámbitos donde se hace vida, en los cuales es algo importante y no queda marginada en un segundo lugar. En una sociedad como la nuestra que, culturalmente ya no está configurada por una visión cristiana de la vida, el testimonio es el único camino para transmitir la fe, y tiene que empezar dentro del hogar familiar. Los niños y jóvenes no pueden percibirla como algo que se vive fuera de casa pero no tiene ninguna importancia en el seno de la familia.
María y José ayudaron a Jesús a crecer en fortaleza, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres, porque vivieron la fe y la confianza en Dios dentro de su hogar. La fe vivida ayuda a crecer en humanidad y en todo aquello que dignifica al ser humano, a no perder la alegría que se incrementa cuando se descubre la misión que Dios ha preparado para cada uno de nosotros y la hacemos vida.
Hoy ponemos ante la mirada de la familia de Nazaret a nuestras familias; a las que sufren; a las que, a lo largo de este año, y todavía hoy, están viviendo momentos de dolor y de aislamiento, provocado por la pandemia; a las personas que se han entregado para servir a los enfermos. Que esta Familia sea la protección y el modelo para todos. Que así sea.