Fecha: 7 de febrero de 2021
Este invierno, el temporal Filomena ha teñido de blanco nuestro país. La nieve y las bajas temperaturas han colapsado algunas zonas y han provocado muchos problemas. Se han paralizado los transportes por la afectación de las vías terrestres y aéreas, se han derrumbado techos por el peso de la nieve y, fruto de las heladas, han aumentado las caídas que han provo cado traumatismos. También tenemos que lamentar que algunas personas sin hogar han fallecido por el frío.
Hemos vivido de cerca la cara gris de la nieve, del duro invierno, que constata la vulnerabilidad de los más débiles. A pesar de todo, la nieve nos cautiva y es bienvenida mientras caiga con moderación y no nos dificulte la vida diaria. Y es que cuando contemplamos los copos de nieve percibimos la belleza de las cosas sencillas.
Desde hace muchos años, los copos de nieve son objeto de estudio y pasión para muchas personas. El astrónomo Johannes Kepler, descubridor de complejas leyes del movimiento de los planetas, reconoció estar fascinado por la simetría y belleza de los copos de nieve. También el meteorólogo y fotógrafo estadounidense Wilson A. Bentley, que dedicó muchas horas de su vida a estudiarlos y a inmortalizarlos, jamás encontró dos iguales. Bentley los definió como obras maestras de diseño.
La existencia y belleza de los minúsculos copos de nieve nos hace reflexionar y comprender el inmenso amor de Dios hacia nosotros. Son estrellas de hielo únicas e irrepetibles que, incluso en la noche, transmiten una dulce claridad. Caen en perfecta armonía, como lágrimas en un silencio sereno, como si se tratara de un llanto feliz. Los copos de nieve son suaves; dulces y delicadas caricias de Dios.
La nieve lo cubre todo, sí, pero respeta las formas. Lentamente, convierte la tierra en un paisaje embriagador, en un lugar puro, que nos evoca recuerdos entrañables y bellas sensaciones. Contemplar la nieve, estrenarla, pisarla, tocarla, agradecerla, respirar profundamente una bocanada de aire frío, disfrutarla con los cinco sentidos, es un gran regalo.
Aún podemos aprender mucho más de la nieve. Podemos darnos cuenta que, igual que los copos de nieve, todos somos únicos e irrepetibles. Dios nos ha elegido y anhela mantener con cada uno de nosotros una relación íntima y personal. También deberíamos aprender de la nieve que la vida es frágil y efímera, razón de más para disfrutarla intensamente cada minuto, cada segundo, y prepararnos para su final, para su transformación. Cada uno de esos copos es necesario e imprescindible para que la nevada sea posible. Lo mismo sucede en nuestra sociedad: todos somos necesarios.
Disfrutemos de los fascinantes paisajes que nos regala el inverno, porque son un bello testimonio de la grandeza del Creador. Como ha dicho el papa Francisco: «Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros» (Laudato si’, 84).
Queridos hermanos y hermanas, somos frágiles y efímeros como los copos de nieve, pero en esa fragilidad encontramos la belleza, la fuerza y la motivación de descubrirnos hijos e hijas profundamente amados por Dios, y por eso nos atrevemos a decir con el cántico de Daniel: «Escarchas y nieves, bendecid al Señor» (Dan 3,70).