Fecha. 8 de noviembre de 2020
Por qué fracasó san Francisco en su intento de lograr la paz y la fraternidad entre musulmanes y los cruzados? Recordemos que su objetivo no era simplemente lograr la paz, sino anunciar el Evangelio al sultán y a su pueblo.
La paz, al menos la paz externa, se podía conseguir, como solemos hacer, mediante una buena negociación. Con voluntad y paciencia se podía llegar a un pacto por el cual las partes contendientes vieran satisfechos sus respectivos intereses, aunque fuera mínimamente. De hecho prácticamente todos los pactos, no sólo en el ámbito social-político, sino también en la convivencia más inmediata, como la familia o el grupo, no son sino equilibrio de intereses. A eso se le llama «paz», pero está muy lejos de ser una auténtica fraternidad.
No sabemos lo que entienden quienes gritan, desde la Revolución Francesa y en muchos movimientos por la paz, cuando reclaman «fraternidad». El teólogo Henri de Lubac observó hace años: «¿Cómo es posible la fraternidad entre aquellos que no reconocen un padre común? ¿Es posible la fraternidad sin filiación?». Más allá de creer o no en Dios Padre, lo cierto es que, si reclamamos fraternidad entre todos los seres humanos, hemos de reconocer que hay algo en común que nos vincula.
Celebramos precisamente, como todos los años, el «Dia de Germanor», la jornada en que expresamos la hermandad de los miembros de la Iglesia, realizando nuestra aportación en favor de todos. Para nosotros no hay problema en justificar esta colaboración. Desde el día de nuestro bautismo y mediante la fe en Jesucristo, formamos la gran familia de los hijos de Dios. La oración que nos caracteriza, según nos enseñó el mismo Jesucristo, es el Padre nuestro y la Sagrada Escritura, especialmente el Nuevo Testamen-to, está llena de afirmaciones y llamadas a la comunión fraterna de quienes formamos el Pueblo de Dios. Cada domingo recitamos el Credo y decimos que creemos en la comunión de los santos…
La jornada de Germanor este año lleva por lema «Somos aquello que tú nos ayudas a ser». Esto hay que explicarlo. En realidad somos mucho más que lo que hacemos entre todos. Pero es verdad que la situación de la Iglesia, depende en gran medida de lo que cada uno de nosotros aportamos, tanto en lo referente a la vida evangélica, la oración, la ayuda económica, como la participación activa y responsable.
En todo caso, nuestra fraternidad no se funda en la simpatía o la sintonía natural que exista entre nosotros, sino en el hecho de creer todos en un solo Señor Jesucristo, por el cual somos hijos del mismo Padre y participamos del mismo Espíritu de amor. Este principio de unidad permite derribar todos los muros y construir todos los puentes, como leemos en aquel texto magnífico de la Carta a los Efesios:
«Cristo es nuestra paz; el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que separaba, la enemistad… Ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos y familiares de Dios.» (Ef 2,14.19)
Por tanto, nuestra aportación al sostenimiento de la Iglesia, más que una típica cuota que se suele pagar a un club, a un partido, o a una causa, tiene la categoría de signo de esta realidad profunda: la comunión en el Espíritu que hace posible sentirnoscomo verdaderos hermanos. Forma parte, así, del testimonio que hemos de dar ante una sociedad dividida y enfrentada.