Fecha: 19 de mayo de 2024
Como el Espíritu Santo está en todo lo que hace Dios; como es Dios comunicado, entregado como don, infundido, puro amor en acción, Dios más íntimo a nosotros que podamos imaginar, al celebrar Pentecostés, miramos nuestra Iglesia real y actual, y nos atrevemos a pedirle: “alivia nuestra sequedad, enciende en nosotros el fuego de tu amor”.
Desde el siglo IX esta petición resuena en la Iglesia, formando parte del gran himno conocido como el “Veni Creator Spiritus”.
“Te llamas Paráclito,
don del Dios Altísimo,
fuente viva, amor, fuego
y unción espiritual”
¡Cómo nos gustaría hacer una profunda y sincera oración con estas palabras, conservando la mirada sostenida sobre nuestra Iglesia!
El amor a nuestra Iglesia, como todo amor verdadero, no es ciego, no disimula por interés o conveniencia. Nuestra oración por nuestra Iglesia nace de esta mirada, que solo el Espíritu Santo puede dar: claridad, sinceridad, aceptación, humildad, amor.
¿Qué descubre esta mirada realista y honrada en nuestra Iglesia, nuestra Iglesia más cercana? De la mano de estudios sociológicos y estadísticos, los datos no son buenos en general. No ofrecemos precisamente la imagen de un árbol en plena lozanía. Sin embargo, la mirada del Espíritu Santo, al tiempo que es realista, estimula a amar esa misma realidad. Porque el Espíritu es el de Jesucristo y Jesucristo dijo que el Reino de los Cielos es de los pobres de espíritu. Otra cosa sería que esta pobreza eclesial fuera debida a negligencia o a nuestro pecado. Y, así y todo, la mirada espiritual a nuestra Iglesia nunca sería de rechazo o condena, sino siempre de misericordia.
Quizá lo que descubrimos mayoritariamente en nuestra Iglesia, sean rostros indiferentes, apáticos, desencantados, alguna sonrisa forzada, fáciles a la crítica, etc. Espontáneamente recordamos aquella imagen que el Espíritu inspiró al profeta Ezequiel: en medio del desierto numerosos huesos muertos, dislocados, divididos (Ez 37,1-3). Muerte, esterilidad, división. Una imagen extremada, pero no alejada de la realidad.
La visión de Ezequiel, como mirada del Espíritu, no podía dejar de ir acompañada del anuncio de una promesa luminosa. “Voy a hacer entrar en vosotros aliento de vida, para que reviváis… El Señor me dijo: “Habla en mi nombre al aliento de vida, y dile: ‘Así dice el Señor: Aliento de vida, ven de los cuatro puntos cardinales que estaban áridos y da vida a estos cuerpos muertos… Esto dice el Señor: Pueblo mío, voy a abrir vuestras tumbas; os sacaré de ellas y os haré volver a la tierra de Israel”.
¿Qué significa nuestra oración de petición, inspirada en el “Veni Creator”?
Partimos del hecho de que conocemos al Espíritu Santo, quizá por experiencia, pero además por lo que nos narra sobre él la Sagrada Escritura y la Tradición. Entonces, oramos así:
– Te bendecimos y te damos gracias porque, fiel a tu nombre, siempre estàs a nuestro lado, para defendernos, sostenernos, y permanecer fieles a nuestra misión
– Eres el don de Dios altísimo. El más perfecto amor que existe dándose, Dios que se manifiesta regalándose, amando.
– Eres fuente que mana constantemente, dando vida y fecundando nuestra tierra, amor y fuego, que destruye lo malo e inútil y fuerza transformadora que da luz y calor.
– Has querido ser en nosotros esa unción que penetra, suaviza y permanece, para que lleguemos a ser presencia tuya en nuesta tierra.
Una oración de contemplación y adoración que debe completarse con nuestro “Amén, ven Espíritu Santo, ven a tu casa, donde esperamos gozar de tu amor”.