Fecha: 4 de febrero de 2024
Estos días nos acordamos especialmente, como cada año, de quienes no tienen para comer, al tiempo que se despierta nuestra conciencia al ser conscientes del compromiso hacia ellos que nos pide nuestra fe.
La Campaña contra el Hambre, de Manos Unidas trata de movernos a colaborar en la ayuda a tantas personas que sufren la pobreza y no tienen para comer. Nos abren una ventana a la realidad con imágenes, estadísticas, relatos, noticias: solo captando esta realidad algo dentro de nosotros se conmueve y nuestra conciencia quizá nos dice que hemos de dar algo para paliar tanto sufrimiento.
Gracias a Dios, no son pocos quienes tienen esas entrañas capaces de ser sensibles al sufrimiento ajeno y “hacer algo”, aunque sea poco, para paliarlo.
Podemos pensar que las mujeres de Acción Católica, que por los años 60 iniciaron la Campaña Contra el Hambre eran de esas personas particularmente sensibles, ya que no repararon esfuerzos para hacer frente a una empresa tan difícil y comprometida. Pero sabemos que no se trataba únicamente de “sensibilidad”. Su iniciativa se alimentaba de toda una visión del mundo, del ser humano, de la sociedad, que no solo despertaba la compasión, sino que iluminaba la mirada, descubría las causas del sufrimiento, abría un ideal y estimulaba a la acción concreta. Era esa visión que se descubre desde la fe en Jesucristo.
El lema que caracterizaba esta iniciativa era precisamente: lucha contra el “Hambre de Pan, el Hambre de Cultura y el Hambre de Dios”. Tres necesidades, tres “hambres” o quizá una sola hambre con diferentes rostros. Lo que estaba claro era que las personas humanas somos seres esencialmente hambrientos; que el hambre de Dios es aquella hambre que si no se sacia no podemos vivir; pero que todos los tipos de hambre que sufrimos están vinculados, de forma que no nos podemos dedicar exclusivamente a saciar uno de ellos olvidando los otros. Eso era lo que ellas creían y vivían.
Esta forma de mirar el mundo que Dios nos ha transmitido por Jesucristo detecta formas de hambre que a muchos permanecen ocultas, incluso en quienes las sufren. Me refiero, por ejemplo, al “hambre de dignidad”.
Esta forma de mirar el mundo es tan comprometedora que no se contentaría con dar de comer a todos los que hoy sufren hambre, ni con ofrecerles conocimientos y formación y cultura. Sabe que no es más digno quien posee más recursos para comer o satisfacer lo que le pide el cuerpo; y que no merece más reconocimiento quien tiene más formación y cultura. La dignidad de la persona humana consiste en haber sido creado, salvado y amado por Dios mismo.
Este principio nos dice que esas personas tan maltratadas, tan reducidas a seres que apenas pueden sobrevivir, merecen todo nuestro apoyo porque son amadas, particularmente amadas por Dios y como tales se les ha de ayudar también con dignidad.
En la Doctrina Social de la Iglesia sostenemos que esta dignidad es la base, la fuente, de donde proceden todos los derechos humanos, que en los pobres y los hambrientos hemos de reconocer y defender.
Quisiéramos que en nuestras ayudas, junto a todas las que presta la Campaña de Manos Unidas llegara a los pobres y hambrientos algo de ese amor de Dios, que les reconoce como las criaturas más dignas de vivir.