Fecha: 29 de diciembre de 2024
Estimados diocesanos, amigos y amigas:
Hoy celebramos la Sagrada Familia de Nazaret, el santuario del amor y de la vida, un modelo de fe entregada hasta el extremo en la misión redentora de la Palabra encarnada.
Jesús, María y José nos abren las puertas de su hogar, nos muestran sus manos gastadas de tanto amar y nos descubren la belleza que esconden sus ojos para enseñarnos a crecer en sabiduría, edad y gracia (cf. Lc 2,52), abrazando el lote hermoso de la heredad que Dios Padre ha depositado en lo más profundo de su ser.
«El Redentor del mundo eligió a la familia como lugar para su nacimiento y crecimiento, santificando así esta institución fundamental de toda sociedad», afirmó el papa san Juan Pablo II durante el ángelus pronunciado un día como hoy, en el año 2001. Así nació Jesús, el Hijo de Dios, en la soledad de un pesebre y sin apenas condiciones dignas para vivir, pero como lo quiso el Padre: en los brazos de la Santísima Virgen María y bajo el cuidado del Custodio del Redentor.
Y ahora, ante tal certeza teológica, me detengo en la ternura que irradian sus miradas y me pregunto: ¿acaso puede haber en este mundo un amor más grande?
En la Sagrada Familia de Nazaret, que es el germen de la Iglesia universal, todo lo divino se humaniza y todo lo humano se diviniza. En cada uno de ellos podemos ver el reflejo de una sociedad que ama y sufre, que reza y llora, que confía y tiembla mientras el mar impetuoso del vivir nos desarma por completo la vida.
María es la ternura de Dios, la manera más cuidadosa y delicada que tiene el Padre de decirnos cuánto nos quiere. José es el hombre del silencio, el guardián del Amor que posee un protagonismo sin igual en la historia de la Salvación, pues a él se le confía el don de protegerles ante cualquier situación de peligro. Y Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el amor incondicional, paciente y benigno que no tiene envidia, no presume, no se engríe, no es indecoroso ni egoísta, no se irrita, no lleva cuentas del mal y no se alegra de la injusticia sino que goza con la verdad (cf. 1Cor 13). Y ese amor, que todo lo excusa, lo cree, lo espera y lo soporta, no pasa nunca porque guarda la Verdad más absoluta: la que nace de la fe y conserva la esperanza que descubre la puerta gloriosa del Cielo.
Con el Jubileo 2025 recién comenzado, ponemos nuestra confianza en esta escuela de piedad, santuario de humildad y refugio de misericordia. Su sentir es fuente de espiritualidad, calor y consuelo. Entender su manera desinteresada e incondicional de entregarse hasta el último latido ha de ayudarnos a nosotros a amar a nuestros hermanos con la misma clase de amor. Seamos una gran familia diocesana a ejemplo del Hogar de Nazaret: Familia de las familias de Dios.