Fecha: 5 de abril de 2020
Un periodista nos pregunta cómo afronta la Diócesis la crisis y cómo está presente en la lucha contra la pandemia. Respondemos que la Iglesia afronta la crisis y ofrece su ayuda a la sociedad en un triple sentido:
Primero, sencillamente siendo los católicos auténticamente «lo que son». Como decimos que Dios, no solo ama, sino que es amor y misericordia, así queremos ser los creyentes: amor y misericordia, en todo el que hacemos y vivimos.
En segundo lugar, quiere estar presente mediante muchas iniciativas que salen de las personas y comunidades cristianas en favor de los más necesitados: no solo de Cáritas, sino también de particulares, otros grupos, comunidades, incluidas las comunidades religiosas, fundaciones, colegios, movimientos, etc.
En tercer lugar, la Iglesia mediante el compromiso sobre todo de sus miembros laicos, se suma a toda iniciativa que proviene de la sociedad, con la que comparta el humanismo y los criterios fundamentales de toda acción en favor de los necesitados, sin otro interés que apoyar todo lo que considera un bien para todos.
Algunos observarán que la Iglesia como tal no ofrece ninguna solución; no necesitamos, dirán, la fe, ni cualquier respuesta que deje todo en una vivencia interior y no sea una solución práctica, visible, social, etc. Otros, quizá en sintonía con el nuevo gusto por «la interioridad», nos entenderán un poco más.
Me llega desde una comunidad carmelita este testimonio de Edith Stein, santa Benedicta de la Cruz. Cinco días antes de morir en la cámara de gas, escribe a la superiora de su comunidad informándole que «están todas bien» y añade:
«Naturalmente, hasta la fecha sin misa y sin comunión; quizás más tarde sea posible. Ahora nos es dado experimentar un poco cómo se puede vivir sostenidas interiormente.»
En estos momentos muchos experimentaremos una perfecta sintonía con estas palabras de la santa. Ella lo tenía mucho más difícil que nosotros, pues le esperaba la muerte cruenta.
«Sostenidos interiormente». ¿Hará falta aquí hacer una explicación y una apología de lo que significa para nosotros «interioridad»? Ya llegará el momento oportuno. Basta recordar la conocida máxima de san Agustín: «En el interior del hombre habita la verdad». Es decir, en el interior está la verdad o realidad de cada uno (sin disimulos) y la verdad de Dios (su Espíritu). Quien olvida o menosprecia la interioridad vive en un tremendo error, pues fácilmente puede engañar y ser engañado.
De nuestro interior sale lo más auténtico de cada uno, sea bueno o malo, como nos dijo Jesús (cf. Mt 15,19). Porque del corazón nace la libertad, la adhesión o no a determinados valores e ideales, el sentido que damos a las cosas, los motivos profundos de nuestro actuar, el amor, la indiferencia o el odio… Por eso, hoy particularmente, si queremos que de nosotros salgan gestos de fraternidad, de justicia, de solidaridad, de amistad, de ser vicio, de paciencia, de constancia, de esperanza, de generosidad… y otras muchas conductas reclamadas para salir juntos de la crisis, es absolutamente indispensable que nuestro interior, no solo esté sano, sino también fortalecido.
Éste es, sobre todo, el campo en el que trabaja nuestra fe. Sin olvidar que Jesús también nos recordó que lo que escuchamos y creemos se ha de traducir en obras (cf. Mt 7,21-23), nuestra respuesta siempre será la misma: «que nuestro corazón esté convertido, purifica do y entregado a Cristo y sostenido por Él, para seguir aman-do sin parar». De esa interioridad sanada y fortalecida sale hoy nuestra aclamación a Jesús que entra como Mesías en Jerusalén. Ya sabemos qué es lo que esto significa. Quizá no tendremos la Eucaristía, pero nuestro corazón seguirá siendo eucarístico.