Fecha: 22 de diciembre de 2024

La Navidad es una fiesta a la que todos estamos invitados. Una fiesta de cumpleaños con mayúsculas donde celebramos el nacimiento de un niño, pero, sobre todo, su vida entre nosotros. Es una celebración que nos cautiva y que nos reúne en torno a un misterio que da sentido y esperanza a nuestra vida. Como sentencia el papa Francisco, «Navidad es la fiesta de la confianza y de la esperanza».

El niño Jesús nace en un lugar muy humilde, entre gente humilde, a la intemperie, y lo hace por nosotros. El Hijo de Dios se hace hombre, se hace amigo y hermano nuestro para ofrecernos la riqueza del amor y la amistad de Dios. Dios se hace carne, se hace uno de nosotros para llevarnos hacia Él. Nos muestra que el camino para entrar en el Reino de Dios pasa por hacerse pequeño como un niño.

Estos días todo se transforma, nuestro entorno y muchos rincones del mundo se llenan de luz y color con las típicas ornamentaciones navideñas. Respiramos la fiesta en la calle, una alegría que nos invita a pasear y que nos anima a reunir a la familia para pasar juntos en casa el día de Navidad. Nuestro interior también se llena de muchos sentimientos y recuerdos; nos invade la alegría, la ilusión, pero, a veces, también la tristeza y el desconsuelo.

Estos días estamos todos un poco inquietos y alborotados, quizá sin saber muy bien por qué. Esto nos ocurre cuando esperamos y deseamos con anhelo que llegue alguien. Esta espera nos hace sentir muy vivos. La noche de Navidad llega cada año. Jesús quiere que sea una noche dulce en la que olvidemos rencores y amarguras, una noche que no termine y que dure todo el año, una noche que nos haga comenzar el día siguiente y la vida con esperanza. La noche de Navidad es una luz en la oscuridad.

Al final del año vivimos el inicio de un gran misterio que iluminará y guiará toda nuestra vida y le dará sentido. Lo hacemos con la convicción y esperanza de que Dios nos acompaña y no nos abandona. La gran esperanza del ser humano que sigue adelante a pesar de las dificultades y desilusiones, solo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos ama hasta el extremo. (cf. Spe Salvi, 27)

Ante el riesgo de perdernos en lo que es secundario y quedarnos en grandes banquetes y obsequios, en este tiempo fuerte de Navidad podríamos meditar lo que decía santa Teresa de Jesús: «No disimules con oropeles y sonrisas vacías. Quien reposó en un pesebre desea apoyarse en tu pobreza y debilidad humildemente reconocidas». Más allá de los regalos materiales que recibimos y ofrecemos, disfrutemos de los regalos espirituales. Y es que la Navidad es un tiempo de alegría. San León Magno lo expresaba bellamente cuando decía: «Ha nacido nuestro Salvador; ¡alegrémonos! No puede haber tristeza cuando acaba de nacer la vida». Los pastores fueron a Belén a ver al Salvador, jubilosos y llenos de alegría. Vayamos también nosotros.

Queridos hermanos y hermanas, en Navidad celebramos que Jesús nació del seno de María, dejemos tiempo y espacio para que también nazca cada día en nuestros corazones y transforme, poco a poco, nuestras vidas.

Gracias, Señor, por haber venido a quedarte entre nosotros.

Os deseo a todos una feliz y santa Navidad.