Fecha: 7 de agosto de 2022
Nos encontramos de lleno en el tiempo de verano. Durante estos días es posible que tengamos algún momento para descansar, para volver a hablar con amigos que hace tiempo que no vemos y también para reencontrarnos con Dios.
En este sentido, quisiera compartir con vosotros una anécdota de san Juan María Vianney, más conocido como el cura de Ars. Cuenta el santo cura de Ars que, durante varios días seguidos, vio en su parroquia a un campesino que se sentaba en un banco y pasaba horas y horas ante el sagrario. San Juan María Vianney se dirigió hacia aquel hombre y le preguntó qué hacía. Entonces el campesino le respondió con sencillez: «Nada. Él me mira y yo le miro».
Durante estos días de verano quisiera haceros una propuesta muy sencilla. Entremos en alguna iglesia o capilla y permanezcamos un rato a solas ante el Señor. Jesús nos espera en la Eucaristía, el sacramento del amor. Tal como decía el cura de Ars en sus catequesis: «Él está allí».
Encontremos algún momento para contemplar a Cristo y dejar que él nos mire. Nos puede ayudar el ejemplo de Zaqueo, un personaje que cita el Evangelio de Lucas (v. Lc 19, 1-10). El Evangelio narra que un día Zaqueo vio que Jesús pasaba por su ciudad. El Señor estaba rodeado de mucha gente. Zaqueo no podía llegar hasta él porque era pequeño de estatura. Entonces en un arranque de audacia, Zaqueo se subió a un árbol para poder ver a Jesús. Jesús, al verlo, lo llamó y se puso a hablar con él. También nosotros queremos ver a Jesús. Sin embargo, a veces nuestros problemas y preocupaciones pueden llegar a bloquearnos. El ejemplo de Zaqueo hará que el deseo de ver a Jesús pase por encima de las dificultades.
Si en algún momento el desánimo o el cansancio hacen que nos cueste mirar al Señor y dialogar con él, no nos preocupemos. Él jamás deja de mirarnos con amor. Siempre permanece fiel a sus hijos. Como nos dice el Evangelio de Lucas, Jesús siempre viene a buscarnos, especialmente si nos hemos perdido (cf. Lc 19,10).
La mirada de Dios es como un abrazo. Sí, como decía san Juan de la Cruz, «el mirar de Dios es amar». Su mirada siempre nos llena de esperanza y consuelo. El inmenso amor de Dios renueva nuestra vida y nos anima a ponernos al servicio de nuestros hermanos.
En nuestra oración de contemplación de Jesús nos pueden ayudar estas bellas palabras de santa Teresa de Jesús: «No os pido ahora que penséis en él, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más que le miréis» (Camino de perfección 26,3). Mirar a Cristo y dejarse mirar por él es un precioso ejercicio que nos lleva al descanso y que nos anima a seguir adelante.
Queridos hermanos y hermanas, no dejemos nunca de adorar al Señor presente en la Eucaristía. Que la oración de adoración nos ayude a descubrir el rostro de Jesús en los hermanos que encontramos en el camino de nuestra vida.