Fecha: 13 de noviembre de 2022
Se ha repetido mucho una anécdota ocurrida en el cónclave que eligió como papa al cardenal Jorge M. Bergoglio. Cuando parecía que, en el recuento de votos, la mayoría de los votos iba a parar a su persona, un cardenal brasileño se acercó y le dijo: “No te olvides de los pobres” recordando la intención y el discernimiento de los Apóstoles en los primeros momentos de la evangelización que pretendían, siguiendo el mandato de Jesús, llevar el mensaje a todos los pueblos y a todas las personas independientemente de su condición social, con preferencia a los pobres.
Era por así decirlo un desafío que el papa Francisco está llevando adelante en su vida y en su ministerio. Es, al mismo tiempo, un programa de actuación. Aparece muchas veces en sus escritos, es una constante en sus alocuciones y repite con insistencia que la atención y el cuidado de los pobres es el camino de la Iglesia. No se queda sólo en palabras, toma algunas iniciativas que hacen patente esta preocupación como los donativos a las comunidades con catástrofes repentinas, los viajes pastorales a naciones con la sociedad poco desarrollada o en la miseria de sus ciudadanos, la solicitud hacia los mendigos que se agrupan en las cercanías del Vaticano… Y también esta Jornada Mundial de los Pobres con una invitación a todos los católicos del mundo para que reflexionen, recen y se comprometan a amar a los pobres y a procurar erradicar la pobreza. Es la sexta edición. Me parece que está siendo bien acogida por todos. Es mi deseo que sea así también en los distintos sectores pastorales y ambientes sociales de nuestra diócesis.
La Jornada de este año se celebra el domingo, 13 de noviembre, y nos escribe el Papa un mensaje para la ocasión. Lo ha titulado Jesucristo se hizo pobre por ustedes (cf. 2Co 8,9), empieza diciendo que se presenta como una sana provocación para ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas pobrezas del momento presente saliendo de la tempestad de la pandemia y entrando en la guerra de Ucrania que se agrega a otras guerras regionales.
La insensatez de la guerra genera muchos pobres y la violencia afecta a los indefensos y a los más débiles. El Santo Padre hace un somero repaso al pasado con la destrucción de Jerusalén y la deportación y muerte de sus habitantes, la actitud de Pablo ante el resto de los Apóstoles en su visita a Jerusalén, algunas indicaciones y denuncias de los primeros teólogos y pastores de la Iglesia cuando decían que “a nadie le falte lo necesario” y los sucesivos enfrentamientos y guerras a lo largo de la historia. Elogia la solidaridad que las dificultades han propiciado entre muchas personas y afirma que ahora es el momento de no ceder y de renovar la motivación inicial de la acogida y del abrazo. Como miembros de la sociedad civil, dice, mantengamos viva la llamada a los valores de libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad. Y como cristianos encontremos siempre en la caridad, en la fe y en la esperanza el fundamento de nuestro ser y nuestro actuar.
Hay una frase que merece la pena acentuar: en definitiva, la generosidad hacia los pobres encuentra su motivación más fuerte en la elección del Hijo de Dios que quiso hacerse pobre Él mismo. Ello encierra una paradoja, difícil de aceptar porque contrasta con la lógica humana: hay una pobreza que enriquece; la verdadera riqueza no consiste en acumular tesoros sino en el amor recíproco que nos hace llevar las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido. Continúa la reflexión diciendo que hay una pobreza que mata (miseria, explotación, violencia, injusta distribución) y una pobreza que libera, el amor verdadero y gratuito y verdadero.
Acaba con una mención especial hacia san Carlos de Foucauld, canonizado el pasado mayo.
Invito a la lectura del Mensaje y a la reflexión que nos propone el Papa.