Fecha: 12 de mayo de 2024
Nos atrae mirar el cielo, y cuando nos avisan de que un día habrá un eclipse de luna muchos se apresuran a contemplar este fenómeno. Mirar el cielo estrellado en una noche clara durante unos días de colonias o campamentos es una bonita experiencia para los niños y los jóvenes. Recordamos aquella canción que dice: “No has contado nunca las estrellas, cuando la noche extiende el velo?” Estar en la cima de una montaña, pasar la noche y la madrugada contando las estrellas y esperando la salida del sol es impresionante. A todo el mundo le cautiva un día luminoso con el cielo azul.
Cuando rezamos el Credo afirmamos con fe que Jesucristo “subió al cielo.” Es lo que celebramos hoy en este domingo de la Ascensión. Es un hecho que nuestras palabras se quedan cortas a la hora de expresar la realidad de este misterio de nuestra fe. Por eso a menudo nos es tan sugerente vivir los misterios de nuestra fe ayudados por el lenguaje de las artes plásticas o por el lenguaje siempre embriagador de la música. Por ejemplo, hay un canto de los llamados espirituales negros que dice: “He escuchado hablar de una ciudad llamada cielo y he empezado a hacer del cielo mi hogar.” Este canto evoca la difícil situación que sufrían los esclavos de raza negra en América cuando nacieron sus cantos espirituales. Y esto tendría que hacernos preguntar si tal vez no nos pasa que vivimos demasiado satisfechos en la tierra para pensar en el cielo como un hogar soñado.
Ahora bien, esto tampoco quiere decir que tengamos que ningunear nuestro hogar de ahora, nuestra tierra, para valorar el cielo. A pesar de que, valorar y apreciar todo lo que tiene de bueno y de bello la vida de ahora, no significa negar con toda honestidad todo lo que también tiene de imperfecto y de negativo. Nos hace falta, por lo tanto, mirar a la tierra, pero con la luz de la fe, amando a este mundo porque es obra del Creador, un mundo, una tierra, que Dios ama mucho; un mundo donde le pedimos al Señor cada día: “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.”
Cómo dice San Agustín en su sermón sobre la Ascensión del Señor: “Cristo está en el cielo, pero también está con nosotros, y nosotros, aunque ahora vivamos en la tierra, ya estamos con Él. (…) Él no abandonó el cielo cuando desde el cielo bajó a nosotros, y no nos abandonó a nosotros cuando subió de nuevo al cielo.” Cómo me dijo una vez un buen amigo sacerdote, Jesucristo ha subido al cielo, pero no nos abandona nunca, y nos ha dejado todo el equipaje para seguir el camino. Y, sobre todo, nos ha regalado a su Espíritu Santo. No estamos solos. No somos huérfanos. Lo celebraremos llenos de alegría el próximo domingo con motivo de la solemnidad de Pentecostés, fiesta que cierra el ciclo del Tiempo Pasqual. Amigos y amigas, en los momentos personales de oración que tengamos esta semana, miremos de no dejar de invocar al Espíritu Santo que nos dará la fuerza para amar como Jesús nos ha amado haciendo de nuestra tierra un cielo, un hogar.