Fecha. 3 de mayo de 2020
Queridos diocesanos:
No es buen síntoma de convivencia social la queja continuada contra los demás o la búsqueda permanente de reconocimiento o gratitud por nuestras buenas acciones. Y parece que en situaciones extremas, como la actual, es muy frecuente. Cuesta asumir la propia responsabilidad y halaga recibir agradecimientos que, por otra parte, siempre los consideramos merecidos.
Esta breve introducción viene a cuento por una opinión y postura que sintetiza la frase que lanza algún comentarista en los medios de comunicación social. ¿Qué está haciendo la Iglesia en este trágico momento de la pandemia del coronavirus? En el peor sentido de la formulación esta pregunta lleva una respuesta implícita, nada; en el mejor de los casos se trata de pedir una información más amplia de cuantas actuaciones realiza la institución eclesial. Ahora y siempre.
Hay una frase muy reveladora, de autor anónimo, que se acomoda bien a la explicación que pondría encima de la mesa. “Para el que ama, mil objeciones no llegan a formar una duda; para quien no ama, mil pruebas no llegan a constituir una certeza”. En este caso concreto habría que poner el complemento directo, la Iglesia, al verbo amar. Y también habría que recordar siempre que la Iglesia está formada por todos los bautizados. Esto que es una obviedad para muchos, parece que se olvida deseando poner en evidencia el poco o nulo trabajo de la jerarquía hacia la sociedad en momentos de angustia. Habrá que repetir que las actuaciones de todos los cristianos repercuten, para bien y/o para mal, en la realidad y en la imagen de toda la Iglesia presente en este mundo. Lo sabemos bien aunque en ocasiones se nos olvida. Es cierto que a quien tiene más responsabilidad en la comunidad, se le reclama un comportamiento más exigente con los criterios de Jesús.
No quisiera que estas líneas fueran una opinión a la defensiva tratando de convencer a quien le es indiferente dicha actuación. Ni por supuesto una acusación hacia otros grupos o colectivos. Cada persona y cada organización son responsables de sus decisiones y, en general, cuando su actuación es beneficiosa se le valora, aplaude y agradece.
En estos momentos hay muchos cristianos que, en los distintos ámbitos sociales, se desviven por ayudar a sus semejantes. Manifiestan con claridad sus convicciones basadas en la fe en Cristo. Trabajan en los hospitales, en las residencias de mayores, en los servicios públicos de transporte, de seguridad, de información o en la atención a las compras de primera necesidad. Vaya por delante para todos ellos nuestra admiración y nuestra gratitud.
También existen instituciones católicas que son ejemplo de dedicación y servicio a todos los que sufren los efectos del COVID-19. Parroquias que, con los sacerdotes al frente, atienden el acompañamiento y la oración de las familias con difuntos y abren sus puertas para distribuir los alimentos necesarios para muchas familias vulnerables. Comunidades de religiosos que aportan su experiencia y sus recursos. Instituciones con larga trayectoria que no han dejado de prestar ayuda y consuelo a los más pobres, las Cáritas parroquiales y diocesana, Jericó, Manos Unidas, la Asociación Vicenciana, Llars del Seminari… y otras muchas conocidas por todos vosotros.
Una consideración final. La ayuda a los demás es una consecuencia clara de nuestra fe pero sin olvidar el anuncio luminoso de la salvación de Jesucristo que conlleva la oración, la participación en los sacramentos y el amor profundo al Señor y a su Iglesia. Gracias a todos por vuestra colaboración.
Con mi bendición y afecto.