Fecha: 12 de enero de 2025
Estimadas y estimados. En nuestras parroquias y comunidades deberíamos sentir, cada vez más, la necesidad de retornar a la vivencia de las primeras comunidades cristianas. Compartir los bienes, tanto materiales como espirituales, es fuente de fraternidad auténtica que nace de la comunión eucarística: «Por ello, hermanos míos, cuando os reunís para comer esperaos unos a otros» (1Co 11,33). La nueva estructura de las unidades pastorales tiene que ser una buena oportunidad para ayudarnos a vivirlo. Ante la escasez de recursos pastorales, vemos la necesidad de darnos más apoyo, de compartir mejor tanto los bienes materiales como los espirituales.
El solo hecho de reunirnos para la revisión de vida implica la intención de poner en común nuestra propia vivencia de fe, a fin de contrastarla con los hermanos y a la luz de la Palabra de Dios. Siempre que sea posible fomentemos las actividades comunes, de la unidad pastoral, de los arciprestazgos y de la diócesis, porque es fundamental que nos sintamos todos miembros de la única Iglesia que peregrina en Tarragona, unida a todas las Iglesias del mundo entero. ¡Qué alegría cuando nos reunimos en la Catedral y podemos contemplar la riqueza de personas y carismas que tenemos!
En nuestras comunidades, por tanto, es prioritario crear el espacio de la casa paterna donde todos nos sintamos en casa. Y este espacio nadie se lo encuentra hecho; lo tenemos que crear entre todos.
En la comunión de bienes espirituales, la Iglesia tiene que ser el hogar de la fraternidad cristiana. Entre todos tenemos que ayudarnos para aprender qué es trabajar sinodalmente, clérigos, laicos y laicas, religiosas y religiosos. Entre todos tenemos que discernir estructuras nuevas que nos ayuden a fomentar la fraternidad. Podemos empezar pensando que todo lo que hagamos, sea lo que sea, tiene que tener el sello de la comunión, y que nada merece la pena, por muy perfecto que parezca, si nos aparta de este camino.
Tenemos que fomentar la comunión de bienes espirituales entre las personas que forman parte de los diversos servicios parroquiales, de aquellos que trabajan para hacer crecer la unidad pastoral o el arciprestazgo, o de aquellos otros que trabajan y fomentan la fraternidad en el marco de las diferentes delegaciones diocesanas. Conocer a los otros hermanos y cómo viven sus tareas eclesiales nos tiene que invitar a valorar más lo que está fuera de nosotros mismos, y, sobre todo, a pensar eclesialmente, diocesanamente, porque mi proyecto individual siempre se tiene que someter a aquello que lleve a la edificación de la comunidad entera.
Somos «peregrinos de esperanza», nos explicita el lema de este año Jubilar que acabamos de empezar. ¡Qué faro de esperanza llegaríamos a ser si todo el mundo nos viera actuar con respeto, atención y empatía hacia los otros, si nuestra Iglesia fuera la casa que consuela y guarece a cada ser humano, miembros todos de la gran familia humana, para ofrecerle las riquezas del mensaje de Jesús de Nazaret!
Vuestro,