Fecha: 14 de febrero de 2021
El título tan corto de este comentario describe un tiempo muy importante para todos los cristianos. No he querido buscar un circunloquio que explique mejor el contenido de este período y lo he titulado con un solo sustantivo, Cuaresma, para recordar a las comunidades cristianas la exigencia de preparación para la Pascua y, de paso, comunicar al resto de la sociedad que este tiempo perdura entre nosotros. Porque he observado que algunos se preguntan si continúa existiendo y si tiene sentido para las mentes de hoy.
A las dudas actuales sobre la cuaresma se suman los recuerdos sombríos de nuestra adolescencia donde abundaban más las prohibiciones que las autorizaciones, donde se acentuaban más las aflicciones que las dichas, donde la felicidad por el seguimiento de Jesús se ocultaba por las mortificaciones impuestas. Y no puede haber contradicción en todo ello. Tenemos unas obligaciones pero también una libertad que asume con satisfacción y alegría su cumplimiento. Las circunstancias exteriores y nuestro interior mantienen una fuerte y entrañable vinculación. No se acaba de entender un mundo sin el otro. Ambos se reclaman buscando autenticidad y coherencia.
Seguramente este tiempo de pandemia que nos envuelve con todo el dolor, la incertidumbre y la muerte es propicio para hablar sólo de lo negativo de la vida. En cambio me gustaría proponer para todos una variación en las palabras y en las actitudes. Necesitamos ahora más que nunca la cercanía al Dios que nos ama y que nos salva; necesitamos recobrar la dicha por seguir las orientaciones de Jesucristo; necesitamos fomentar unas relaciones con los demás repletas de cuidados y atenciones fraternas; necesitamos no perder nunca la esperanza en una vida nueva.
Es posible, también hoy, mostrar el rostro más amable de nuestro Dios, manifestar la satisfacción de nuestra fe y de nuestra caridad, presentar los aspectos más positivos de nuestro quehacer cotidiano. No nos entreguemos al pesimismo, a la indiferencia a al desinterés por los problemas actuales. De ningún modo puede estar reñido el modo de luchar contra el egoísmo, concretado en la oración, el ayuno y la limosna, con la permanente sonrisa del salir al encuentro del hermano. La responsable seriedad en el cumplimiento de estos consejos coincide con la alegría y la felicidad en nuestro rostro y en nuestras obras.
Además de aconsejar las actitudes anteriores, quiero invitar a leer el Mensaje que para la Cuaresma de este año ha escrito el papa Francisco. Lo ha titulado: “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén…” (Mt 20,18). Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad”.
El Mensaje del Papa está dirigido a todos, es muy corto y se entiende con suma facilidad. Contiene una brevísima introducción que termina con estas palabras: “El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación, son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante”.
Prosigue el desarrollo del referido Mensaje con tres apartados sobre la fe, que nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos; sobre la esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino; y sobre la caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona que es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.