Fecha: 1 de enero de 2023
Las dos palabras que encabezan este comentario semanal nos producen a todos los cristianos una gran emoción y un compromiso singular. A veces el calendario va a su aire y hace coincidir en un mismo día celebraciones distintas pero con una significación especial. Todos sabéis que la Iglesia reflexiona y dedica una jornada a la familia en el domingo posterior a la Navidad. Es ésta una fiesta en la que todos experimentamos, con más calidez si cabe, la alegría y la felicidad de la familia, de nuestra propia familia cuando nos reunimos para recordar, para agradecer, para conversar alrededor de una mesa con un fondo musical adecuado y unas voces infantiles que completan nuestra satisfacción vital. Y todo ello junto a la familia de Nazaret donde Jesús nace, crece y se prepara para manifestar al mundo su propuesta de salvación y de paz. Por otra parte la misma Iglesia instituyó la Jornada Mundial de la Paz para el primer día del año que comienza. Fue por los años sesenta del pasado siglo por iniciativa del papa san Pablo VI. Como podéis comprobar son más de seis décadas con esa noble intención de pedir a Dios por la paz en todo el mundo. En esta ocasión las dos celebraciones coinciden en un mismo domingo y no quiero prescindir de ninguna de las dos para recordar y animar a todos a un trabajo sincero en favor de la familia y de la paz.
Empezamos por la familia. Es poco lo que puedo deciros en estas líneas sabiendo que existen grandes tratados de estudiosos sobre la realidad de la familia a lo largo de la historia y sobre la propia naturaleza (amor entre un hombre y una mujer, profundo respeto, procreación y apertura a la nueva vida…) con vistas a la educación y al crecimiento de todos sus miembros. Es al mismo tiempo una realidad fundada en el matrimonio que es un sacramento cuyas raíces hay que buscarlas en las palabras del mismo Jesús. Admitir el sacramento, la gracia eficaz del Señor, para la vida conyugal es aceptar el designio divino en cualquier circunstancia temporal o espacial. Comprobamos y agradecemos la mano de Dios en el desarrollo de la familia, nos dejamos guiar por su Palabra y confiamos en que Él nos acompañará en las dificultades presentes y futuras. Para los católicos la institución familiar es básica en nuestro ordenamiento conceptual, religioso y legal. Además del regalo de Dios que se nos ofrece, es valorada la familia con una puntuación extraordinaria en cualquier encuesta que se precie de científica. A pesar de los intentos por parte de determinadas corrientes culturales de cuestionar la familia de siempre distribuyendo carnets de pertenencia a un sinfín de pintorescas e inventadas vinculaciones con el propósito de relativizar la función eterna de estabilidad emocional y social que la misma familia mantiene, la Iglesia persistirá en presentar el sacramento del matrimonio y la familia subsiguiente como garantía de la acción de Dios en la vida que conforman el padre, la madre y los hijos.
Os pido que los católicos no pongáis nunca en cuestión la naturaleza y la valoración positiva de esta institución en la que hemos nacido y crecido con amor, respeto y libertad.
Poco espacio nos queda para la paz a pesar de su importancia y necesaria consecución en estos momentos tan dolorosos para muchas regiones del planeta. Parece que el ser humano se empeña en su destrucción sembrando violencia y muerte por doquier. Es impresionante contemplar las imágenes de ciudades arrasadas y personas muertas por sus calles. Uno reconoce la dificultad de cada uno de nosotros para colaborar en la construcción de la paz en el mundo. Pero al menos nos atreveremos a pedir a Dios que nos conceda una paz duradera para todos.
Un consejo final: os ruego que leáis el Mensaje que para esta Jornada ha escrito el papa Francisco. Es muy esclarecedor y cuenta con todos para hacer posible la paz.