Fecha: 12 de enero de 2025
Una característica de nuestra sociedad es la formación de los profesionales en todas las etapas de su actividad. Hablamos de la formación permanente que se desarrolla en el mismo ejercicio de la profesión. Por todas partes se habla de cursos, congresos y conferencias con mesas redondas cuya finalidad se reconoce sin objeciones. Es cierto, y así se acepta, que la actitud personal hacia el estudio es un síntoma que mejora la actividad profesional. No nos referimos a la educación reglada que de forma obligatoria se ha instalado en el mundo desarrollado para que las nuevas generaciones reciban un excelente bagaje cultural que les permita afrontar su futuro personal y contribuir a la mejora social. Es lo que los técnicos hablan de formación inicial donde en lugares concretos, con horarios estrictos, con exámenes y con profesionales docentes conforman la estructura escolar.
En otros aspectos de la vida cotidiana también se exige una formación permanente. Por ejemplo los padres que constantemente intentan mejorar su función familiar y procurar con experiencias ajenas y con lectura de libros y estudios la mejor atención en sus relaciones dentro del matrimonio y en la educación de sus hijos. Esto mismo se da también en el campo del coleccionismo o en las actividades de tiempo libre o de ocio. Hay un compromiso con el aprendizaje continuado con el fin de ser el mejor en la especialidad elegida.
La formación permanente también se nos pide a todos los cristianos. No se reduce sólo al tiempo de la catequesis infantil que prepara para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana. Tampoco se reduce a una acumulación de datos de erudición para nuestra mente. Se trata de buscar en las enseñanzas de la Iglesia que se fundamentan en las palabras y en los gestos de Jesús las adecuadas orientaciones vitales para responder de forma coherente a los retos que el mundo plantea. Todos experimentáis la necesidad de aprender para poder vivir y explicar la fe que profesamos porque, como decía san Pablo, hemos de estar prontos para dar razón de nuestra esperanza. De ahí nace la pretensión de las comunidades cristianas, de la Iglesia universal, de formar a sus miembros y ofrecerles una auténtica posibilidad para vivir con mayor autenticidad su vida de fe. Esa misma formación fue una de las exigencias que plantearon diversos grupos en la Asamblea Diocesana que celebramos en el mes de mayo. Como respuesta a esa petición durante las últimas semanas se ha confeccionado un programa de formación, con aspectos teóricos y recursos prácticos, para ofrecerlos a la comunidad diocesana. Este programa presenta tres objetivos: concretar un recurso diocesano para renovar y profundizar en la dignidad y responsabilidad bautismal; facilitar la cooperación y complementariedad inter-parroquial y arciprestal; y promover personas y grupos que acompañen y gestionen la misión evangelizadora de la Iglesia participando en las tareas de responsabilidad de los distintos niveles de la pastoral (parroquias, movimientos y curia diocesana).
El programa consta de seis sesiones a celebrar durante las mañanas de los sábados, empieza el 11 de enero y continúa el 25 de enero, el 22 de febrero, el 22 y 29 de marzo y el 5 de abril. Termina con una conclusión y revisión el día 26 de abril. El resumen del contenido es el siguiente: Vocación bautismal y adhesión personal a Jesús; Dios se entrega a la humanidad; el seguimiento de Jesús como respuesta del creyente; enviados para ser testigos; la Palabra de Dios; métodos y procesos de renovación comunitaria. Los ponentes pertenecen a nuestra diócesis, son sacerdotes, religiosos y laicos con un servicio concreto en parroquias y comunidades.
Este comentario tiene como finalidad principal la invitación a todos a participar en estas sesiones. Que nadie se sienta excluido. Todos necesitamos de formación permanente para aprender, para vivir y para transmitir a los demás nuestra fe.