Fecha: 5 de junio de 2022
El último objetivo de la obra salvadora de Cristo (Misterio Pascual, su Muerte y Resurrección) no sólo fue que pudiésemos ir al cielo, sino que ya aquí en la tierra pudiéramos vivir y experimentar algo del cielo. De manera que esa experiencia del cielo nos estimulara para seguir viviendo con esperanza. Este fue el sentido profundo del acontecimiento de Pentecostés.
Fue un hecho real. Si no fuera por la evidencia de los efectos que se produjeron en la primera comunidad de cristianos de Jerusalén, pensaríamos que lo sucedido el día de Pentecostés había sido un fenómeno de hipnotismo colectivo o un engaño calculado o una leyenda… Solo la realidad de los hechos posteriores, la pervivencia de los efectos, la falta de idealizaciones fáciles, etc., nos hace pensar que aquello fue un acontecimiento cierto, no fruto de una ilusión, no buscado, no “fabricado” por los protagonistas.
Es verdad que Pentecostés significa la realización de un sueño de toda la humanidad. De hecho, el significado profundo de aquel acontecimiento únicamente puede ser captado por aquellos que han soñado alguna vez con ver el cielo en la tierra. ¿Quién no ha soñado con una situación en que las personas se sientan vinculadas en profunda comunión, sin que las diferencias queden anuladas, donde “lo propio no sea reivindicado como derecho frente a lo común o lo del otro”, donde la comunicación sea perfecta, donde la fuerza de la unidad allí concentrada tienda a expandirse a todos los pueblos de la tierra?
Todos los seres humanos, en la medida en que son conscientes de lo que anhela nuestro corazón, comparten este sueño, si bien el hecho concreto de Pentecostés responde a la realización del sueño alimentado más concretamente con la esperanza mesiánica de la tradición judía en el Antiguo Testamento. Sin esa esperanza mesiánica no se entendería plenamente.
Por desgracia no todos mantienen la ilusión de ver realizado este sueño. Aún son menos los que luchan por conseguirlo. Es frecuente la indiferencia o la voluntad de lograr otros objetivos más “fáciles”. Sea como sea, es verdad que la experiencia, los intentos que ha habido para alcanzar ese sueño, juegan en contra, pues siempre han fracasado. Nos dicen que, según la experiencia, cuando se busca la unidad perfecta, caemos en colectivismos y dictaduras, y que si buscamos la libertad individual o de grupo, caemos en la anarquía y la disolución. Suele decirse también que el objetivo no ha de ir más allá de una especie de “pacto de respeto o no agresión” para evitar conflictos.
Pero, los creyentes no solo atendemos a nuestros sueños o utopías, sino también “al sueño de Dios sobre nosotros”. De forma que, si por cualquier circunstancia, por una crisis mundial de primer orden, desapareciera en la humanidad la capacidad de soñar, nosotros sabemos que Dios seguirá soñando en que toda la tierra sea una inmenso Pentecostés: que fuéramos esa comunión, plenitud de lo que cada uno somos.
Naturalmente, eso no es posible, a menos que venga a nosotros su mismo Espíritu de amor.