Fecha: 4 de octubre de 2020
El próximo día 7 de octubre celebraremos la Jornada Mundial por el Trabajo Decente. Este año la celebración viene enmarcada por el drama de la pandemia del coronavirus y por sus consecuencias en el mundo laboral. Si ya antes había muchas personas en riesgo de ir al paro, ahora son muchas más las afectadas, sobretodo aquellas que realizan los trabajos más sencillos. En el mundo hay suficientes recursos para que todos puedan vivir dignamente, la cuestión es cómo conseguir que se repartan más fraternalmente para que todos puedan vivir decentemente y llegar a fin de mes. Para ayudar a superar esta difícil situación, la Iglesia recuerda que debemos colocar en el centro de la actividad económica las personas y las familias.
La globalización y el desarrollo tecnológico han provocado un intenso debate sobre el futuro del mundo laboral, y será preciso estudiar cómo se puede crear ocupación para compensar las pérdidas previsibles y dolorosas de puestos de trabajo. Actualmente, con las consecuencias de la pandemia se abren todavía más interrogantes. En cualquier caso, desde la Iglesia queremos mantener la esperanza en la solidaridad y la fraternidad de las personas y las instituciones.
Necesitamos recuperar el sentido comunitario y fraternal de la sociedad buscando el bien común y reivindicando el papel de la política, ejercida con honestidad y transparencia. Es preciso recuperar el contrato social otorgando plena confianza a las personas, más aún, es urgente un nuevo contrato social para el trabajo. La economía productiva debe crear más trabajo decente y sostenible, debe repartirse mejor el trabajo y reducir, si es preciso, la jornada laboral. Se trata de repartir el trabajo y repartir mejor los beneficios. Al mismo tiempo, es preciso invertir más en formación para capacitar y reciclar profesionalmente las personas.
La Iglesia recuerda que todos tienen derecho a un trabajo digno y decente y también que hay que dar respuesta a tanta gente que sufre por falta de empleo o se ve obligada a realizar labores precarias. Si no llegan unas políticas más activas y eficaces contra el paro, si no se llega a un planteamiento radicalmente distinto de la economía, será cada vez más necesaria una renta básica universal que llegue a todos para ayudar a las personas y las familias menos favorecidas. Todo ello gestionado siempre con la máxima eficacia y transparencia, y con la participación de todas las partes afectadas.
La crisis del Covid-19 está actuando como catalizador de una propuesta que venía debatiéndose en el mundo de la economía: un ingreso mínimo vital. La pandemia ha suscitado el acuerdo –con matices- entre personajes públicos con pensamientos opuestos, ahora alineados en favor de una ayuda a las familias que no tienen recursos para afrontar sus gastos básicos.
El domingo de Pascua, el Papa Francisco, en una Carta dirigida a movimientos y organizaciones sociales señalaba que en este tiempo de especial dificultad, las personas, las comunidades y los pueblos deben estar en el centro de todo, unidos para curar y compartir, como un verdadero ejército invisible que lucha en las fronteras más peligrosas. Un ejército sin otras armas que la solidaridad, la esperanza y el sentido de comunidad que hoy reviven, porque nadie se salva solo ni puede caminar por la vida de manera individualista. En esta carta, el Papa lanza la propuesta de “un salario universal que reconozca y dignifique las tareas nobles e insustituibles que realizan” muchas personas que viven al día sin ningún tipo de garantías legales que les proteja.
Este domingo os invito a sentirnos cercanos a tantas personas que sufren situaciones dolorosas y, siguiendo la Doctrina Social de la Iglesia, ayudemos en la búsqueda de soluciones.