Fecha: 12 de junio de 2022
Celebramos la fiesta del Dios más íntimo y cercano. Paradójicamente es la fiesta de Dios único y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Decimos “paradójicamente” porque suele presentarse esta verdad que creemos los cristianos como “la más misteriosa”, la más ilógica y lejana a la razón humana.
Esta lejanía ha hecho que a lo largo de siglos se trate la Trinidad en el sentido del misterio inefable e incomprensible, adorado humildemente, sometiendo la propia razón. Lo cual no deja de ser verdad.Pero esto hay que explicarlo, para que no perdamos la luz que irradia el misterio de la Trinidad en nuestra vida más cotidiana y concreta.
Durante siglos la Iglesia creyó en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y después lo pensó. Primero fue el hecho, la vida y después el pensamiento: ¿cómo puede ser, cómo expresarlo, qué sentido tiene? Así respondí un día a una persona que planteaba una pregunta que muchos se hacen: lo que creemos los cristianos, ¿no será una creación de nuestro intelecto? La Trinidad es un ejemplo claro de que la Iglesia no fabricó sus creencias, sino que se encontró ante el reto de asimilar lo que le venía dado en la Revelación. Para ello la Iglesia echó mano de todas las fuerzas que Dios nos ha dado para descubrir y vivir profundizando en la verdad y, en consecuencia, ser felices.
Así, la Iglesia aprendió de la Trinidad, no solo el secreto íntimo de Dios, sino también lo que significa ser persona, en qué consiste la relación con los otros, qué quiere decir estar en comunión fraterna, en definitiva, qué es realmente amar. Una musulmana, mientras señalaba una imagen de Cristo crucificado, me decía que Él era profeta, pero no Dios, porque Dios es único: ¿por qué decís que es Dios? Le respondí, “porque Dios es amor”.
Dios no se ha revelado para dar una lección de filosofía, sino para que, recibiendo su Verdad, vivamos en ella y ella en nosotros; que vivamos en Dios Trinidad y Él en nosotros.
Si esto ocurriera realmente, las cosas cambiarían de manera radical.
Por ejemplo, la vida de la familia. Se vería que el amor, en tanto que donación mutua, es siempre fecundo; que el trato personal, incluido el gesto, la palabra, el encuentro sexual, se abre a una fecundidad que abarca toda la vida y se proyecta al mundo. Cambiaría la economía y la política, que buscarían siempre favorecer y construir el bien común. El mundo de la cultura y del arte, dedicados a desarrollar la verdad y crear belleza, para el goce y disfrute de toda la humanidad…
Según el plan de Dios, la Iglesia es un reflejo de la comunión de hermanos que produce el Espíritu allá donde está. Así como decimos, al pensar en la Trinidad, que el Espíritu, el amor de Dios, “cierra” la unidad del Padre y del Hijo, así también ese mismo amor nos une a todos en una sola comunión.
Por eso, el Dios Padre, Hijo y Espíritu, es el Dios más íntimo y cercano, que hay que descubrir y vivir cada día, a medida que crecemos en el amor.