Fecha: 3 de diciembre de 2023
Hay dos formas extremas de vivir la vida, con una actitud pesimista, tediosa, desesperanzada o con una actitud optimista, ilusionante, entusiasmada. Esta última es la actitud del niño, por lo que todo lo que vive es nuevo, todo es maravilla, y lo espera todo de la vida. La primera actitud es de quien ya está de vuelta de todo y piensa que la vida no puede ofrecerle ya nada nuevo, porque no está abierto a la novedad. Es semejante a lo que decía el pueblo de Israel: «Nuestros huesos ya están secos, hemos perdido la esperanza; para nosotros, todo ha terminado» (Ez 37,11).
La Iglesia y, por tanto, todos los cristianos, necesitamos tener la actitud del niño ante la vida. Ante un mundo en el que no faltan razones para creer que cada día va a peor, que no hay respeto por la vida y que se instala en una cultura de la muerte y del egoísmo, el cristiano necesita maravillarse por las obras de Dios que «hace nuevas todas las cosas» (Ap 21,5), las obras que hace en el mundo y en uno mismo. Es la visión que tiene Cristo para el mundo, una visión esperanzada, porque sabe cómo termina la historia, recapitulando todas las cosas en Él (cf. Ef 1,10).
Empezamos un año litúrgico nuevo, es una nueva etapa en nuestra vida, que no sabemos lo que nos tiene reservado, pero sí sabemos que estará lleno de las obras maravillosas de Dios. Ante este nuevo año litúrgico necesitamos imperiosamente la mirada del niño, que se admira por las pequeñas cosas, que está pendiente en todo momento de su padre y su madre para recibirlo todo de ellos. También decía que la mirada del niño lo ve todo nuevo; no nos dejemos vencer por la rutina y por el hecho de pensar: un Adviento más, nada nuevo. Esperemos todo lo que el Señor nos dará en este año, los tesoros de gracia y de amor de su corazón que nos abrirá si lo esperamos y lo deseamos en serio.
Ahora podemos entender por qué el año litúrgico empieza con el Adviento: necesitamos esperar y desear la venida del Señor, al final de la historia y en cada momento de nuestra vida. Solo deseándolo podremos acoger todo lo que el Señor nos quiere dar. Ahora bien, no lo hacemos nosotros solos, el Señor mismo quiere darnos el deseo de Él como hizo crecer el deseo de agua viva en la samaritana. Solo uniéndonos al deseo que tiene el Señor de nosotros – «tengo sed» (Jn 17,28) – con el deseo que Él mismo pone en nosotros – «Señor, dame agua de esta» (Jn 4,15) – es posible recibir y ver las maravillas que el Señor hace todos los días por nosotros.
Acojamos, pues, con alegría, este tiempo de gracia que Dios Padre da como alimento a sus hijos, con la alegría de saber que Cristo vino, viene y vendrá, porque «todo viene de él, pasa por él y se encamina hacia él. Gloria a él para siempre» (Rm 11,36). Esta es la actitud cristiana, la actitud que tantos hermanos nuestros que no creen necesitan ver en nosotros para que se entusiasmen profundamente por vivir de verdad y no llevar una vida mediocre y sin sentido. Esta es la actitud que os invito a tener para esperar y acoger a Cristo y llevarlo al mundo, gozosos de saber que estamos como un niño en el regazo de la madre esperando los dones del Señor (cf. Sl 130,2).