Fecha: 27 de diciembre de 2020
En el ambiente propio de las fiestas de Navidad, la Iglesia nos invita hoy a contemplar la Sagrada Familia de Nazaret, en la que el Señor nació y creció “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52). La familia de Jesús es el signo de que se hizo realmente hombre y es también el modelo de toda familia cristiana.
La palabra de Dios que la liturgia nos ofrece este año nos presenta dos familias: una del Antiguo Testamento, formada por Abraham y Sara; y la otra del Nuevo, formada por María, José y el mismo Jesús. Si nos fijamos, veremos que lo que une a sus miembros es fundamentalmente la fe. Tanto Abraham y Sara como María y José son creyentes abiertos a Dios, y así lo viven en sus proyectos. No estamos ante unos matrimonios cerrados en ellos mismos: Abraham cree en la promesa de Dios; esa fe hace posible que tenga el hijo que tanto deseaba y que aseguraba su descendencia. También la vida que comparten María y José se fundamenta en un acto de fe: Ella creyó al ángel que le anunciaba que sería la madre del Mesías; José creyó al ángel que le anunció que el hijo que llevaba Maria era obra del Espíritu Santo, y prestó la obediencia de la fe. La fe fue fuente de fecundidad y posibilitó que se cumplieran las promesas de Dios, que son siempre de salvación.
Hoy vemos muchas familias que viven cerradas en ellas mismas, sin esa apertura a Dios ¿son por ello más alegres? ¿viven más la verdadera felicidad? ¿hay más amor entre sus miembros? ¿se sienten contentas de su vocación y del amor de los unos por los otros? ¿están más unidas? La fe no quita nada, sino al contrario, da los bienes de la Gracia. Una familia abierta a Dios no es menos feliz que la que vive cerrada en ella misma. La fe fortalece todo aquello que es auténticamente humano y, por eso, es fuente de gozo y de alegría, porque en la apertura a Dios se va descubriendo que sus promesas, que son siempre de gracia, van cumpliéndose a lo largo del tiempo.
Estas dos familias son también modelo para las familias cristianas porque acogen al hijo como don de Dios. Abraham lo deseaba, pero sabe que no le pertenece como si fuera una propiedad exclusiva. También Maria y José, cuando acogen a Jesús son conscientes que es un regalo que Dios les ha hecho, pero no para ellos sino para toda la humanidad. Por eso van a presentarlo al templo. Al hacerlo, están ofreciéndolo al Padre. Los hijos son un regalo, no un obstáculo para realizar objetivos o proyectos. Son el camino para la vivencia plena del matrimonio como vocación. La misión de los padres consiste en ayudarles a descubrir la voluntad de Dios en su vida, que es el camino para que sean felices. ¿Qué es lo que quieren unos padres para sus hijos? Que sean felices! Y ¿cual es el camino para que sean felices? Ayudarles a descubrir su vocación en la perspectiva de la fe y animarles a hacerla vida. Esto es lo que María y José hicieron con Jesús y lo que nos enseñan a nosotros.