Fecha: 1 de diciembre de 2024
Un año más empezamos el tiempo del Adviento. Cuatro domingos antes de Navidad se nos invita a prepararnos espiritualmente para la celebración del Nacimiento del Hijo de Dios como hombre, acaecido hace dos mil veinticuatro años en Palestina, una tierra todavía hoy golpeada por guerras y enfrentamientos fratricidas. Es especialmente un tiempo marcado por el recogimiento y una preparación más interior para ayudarnos a revivir el gran acontecimiento que ha cambiado la historia de la humanidad.
Esta preparación que la Iglesia nos propone contrasta, sin embargo, con la preparación que nuestras sociedades occidentales nos ofrecen para celebrar la Navidad. Cuando llega el mes de diciembre parece como si todo se acelerara, las comidas o cenas de empresa, las luminarias que ornamentan las calles, los festivales de final de trimestre, los conciertos de las agrupaciones corales, la organización de unos días de merecidas vacaciones para aquellos que pueden disfrutarlas, etc. Ciertamente, la Navidad marca el ritmo de nuestro calendario vital como sociedad.
Sin embargo, me gustaría invitaros a encender durante estos días otras luminarias interiores en nuestro corazón que nos ayuden a vivir con serenidad este tiempo, a descubrir su sentido profundo que nos ayude a vivir más y mejor lo que representa la auténtica Navidad, aquella Navidad en la que el Hijo de Dios nació en la sencillez y austeridad de una cueva, en el calor familiar de María y José, con la compañía de los vecinos, pastores e incluso unos sabios venidos de tierras lejanas.
En primer lugar, necesitamos recuperar la luminaria interior de la fe, de la solidaridad y la generosidad. Estos días se ha mostrado de forma muy expresiva con los afectados por la DANA que ha sacudido al levante español y las consecuencias que ha comportado para tantas familias. Es un momento duro que pide una respuesta rápida, comunitaria y contundente, como así se ha puesto de manifiesto. Y ese tiempo nos ofrece muchas oportunidades para hacerlo realidad. La Campaña de Navidad de Cáritas puede ser una buena oportunidad como también colaborar en recogidas solidarias, acercarnos a los pobres y necesidades, ser voluntario en un comedor social e implicar a la propia familia. Incorporar esta luminaria no solo en estos días, sino durante todo el año, porque los pobres nos hablan
de Dios, y Dios se nos muestra a través de ellos también: “Os aseguro, todo lo que hicisteis a uno de esos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Y otro aspecto importante para vivir estos días, una verdadera luz del Adviento, es la familia. Cuidar a la familia significa dedicarle tiempo, tiempo para estar juntos y compartir, tiempo para hacer el pesebre y ornamentar el árbol de Navidad, tiempo para disfrutar de un buen concierto o ir de compras juntos, tiempo para preparar las fiestas navideñas y hablar de lo que se hará. Nos quejamos a veces de que no tenemos tiempo, pero también es verdad que encontramos el tiempo que necesitamos para las cosas que consideramos importantes. La familia de Nazaret como las nuestras, pasó por momentos difíciles y el evangelio nos la presenta como modelo de ternura, de capacidad de sobreponerse a las dificultades y asumir los retos concretos que se le van presentando, un verdadero modelo para nuestras familias.
Y finalmente una tercera luminaria interior es la de la oración, cultivar la relación con Dios. Es la luminaria que encontramos en el corazón de María, preparándose para el nacimiento de su hijo. Es la luz que nos habla de la esperanza, de la verdadera esperanza para cada uno de nosotros y toda la humanidad. Rezar nos ayuda a reavivar la llama de la esperanza y sabemos por experiencia que no se puede vivir sin esperanza. Dedicar tiempo a Dios es tiempo bien invertido, porque nos ayuda a sostener nuestras vidas en su fundamento, en el amor de Dios que nos tiene y nos manifiesta haciéndose uno de nosotros en la pequeñez y debilidad de un niño.
Os invito a encender estas luces interiores para vivir con sentido el Adviento de este año. De esta forma seguro que será un Adviento nuevo, diferente, desde la experiencia concreta que compartimos con los demás y con Dios.