Fecha: 8 de diciembre de 2024

Si «vivir es esperar» como decía un teólogo, cuando muere la esperanza, «muere» el ser humano.

En este sentido, Benedicto XVI decía en su encíclica Spe Salvi  sobre la esperanza que “la espera, el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social: La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas (…) hasta las más importantes: entre estas, la espera de un hijo por parte de dos esposos; la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; (…) la espera del éxito en un examen decisivo; (…) en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada. Se podría decir que el ser humano está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al ser humano se le reconoce por sus esperas: nuestra estatura moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos».

Si recordamos las lecturas bíblicas de los últimos días del año litúrgico, éstas nos evocaban los momentos convulsos de la historia. Nunca ha sido fácil vivir. Tampoco en nuestros días. Pero la literatura apocalíptica no es un canto al pesimismo. Al contrario, manifiesta la fe en un Dios que acompaña a los suyos siempre.

Por eso, la toma de conciencia de los momentos difíciles es en cristiano inseparable de la esperanza. No podemos cerrar los ojos ni los oídos ante los acontecimientos que nos toca vivir. Ni podemos cerrarlos a Dios y a su Palabra que nos enseñan su sentido.

  • La precariedad económica o habitacional de tantos que impiden la emancipación de las jóvenes generaciones, la crisis ecológica y la desigualdad global y sus consecuencias que está tocando a la estabilidad y las esperanzas de miles de personas y de familias.
  • El desempleo y unas leyes de extranjería que deja a miles de personas en la cuneta del sistema productivo.
  • Un malestar grande y una desconfianza seria respecto de la acción política.
  • La conciencia de que en la crisis hay un factor más profundo: la crisis de valores que nos ha llevado a esta situación (individualismo, indiferencia).
  • Cierta pérdida de confianza en el sistema, y en las instituciones, el auge de los populismos.
  • Debería preocuparnos el hecho de que los jóvenes crecen en la convicción de que vivirán peor que sus padres. Y resulta alarmante el número de autolesiones y suicidios entre adolescentes y jóvenes.

Seguro que podríais añadir otros rasgos de nuestro presente que no invitan demasiado a la esperanza.

Todos estos fenómenos apuntan a que, aun siendo seres de esperanza, también somos seres de temores y decepciones como el miedo a la enfermedad, a la vejez, al conflicto y la ruptura con los nuestros, al fracaso profesional, a la soledad… y a la muerte.

Junto a los temores, también acumulamos problemas: unos estudios que se resisten, una relación afectiva que languidece, un puesto de trabajo que se esfuma, un miembro de la familia que se hunde, unos apuros económicos a los que no vemos salida, una convivencia sufriente, un conflicto de conciencia, una elección vocacional que se tambalea, una fe no liberada de la esclavitud del pecado y probada por la tentación y la duda.

Sin embargo, cuando leemos todos estos y otros desafíos con el Evangelio en la mano y el corazón, se hace la luz y se alumbra la esperanza. Este segundo domingo de Adviento que coincide con la solemnidad de la Inmaculada Concepción nos presenta la biografía de María como signo potente de una vida donde ni el sufrimiento ni el mal tienen la última palabra. ¿Cuál fue el secreto de María para no sucumbir y mantenerse tan firme en la espera que llegó a ser Ella misma vida, dulzura y esperanza nuestra?

+ Fra Xabier Gómez García, obispo de Sant Feliu de Llobregat