Fecha: 27 de abril de 2025

Hace mil años que la santa montaña de Montserrat acoge, en medio de rocas y silencio, una presencia maternal que ha consolado a generaciones de peregrinos. Montserrat es un espacio en el que Dios ha querido plantar un hogar para su Madre, es un monasterio, pero es sobre todo un santuario de María, donde sus hijos puedan encontrar refugio. Y desde allí, la mirada de la “Moreneta” -dulce, serena, fuerte- ha sido para muchos como un bálsamo en medio del camino, un lugar donde descansar el alma.

Este año, celebramos con júbilo el milenario de Montserrat. Mil años de presencia de María, y lo hacemos también en el marco de un año jubilar, con el lema «Peregrinos de esperanza». Quizás esta expresión nos toca de una manera especial: porque todos, de una u otra forma, estamos haciendo camino con un deseo en el corazón. Todos llevamos dentro una esperanza que no queremos perder, a pesar de las dificultades, los miedos, las decepciones. Y María, como Madre, camina con nosotros.

Ella también fue peregrina. Fue deprisa a casa de Isabel para llevarle a su hijo. Huyó a Egipto para proteger a Jesús. Nos la imaginamos subiendo a Jerusalén cada año por Pascua. Y sobre todo, estuvo a los pies de la cruz, sin huir, sin dejarse vencer por la desesperanza. En aquel momento Jesús la entregó a la Iglesia como Madre: «Aquí tienes a tu madre» (Jn 19,27). Y desde entonces, su misión es acogernos, sostenernos y ayudarnos a vivir con fe los misterios de Dios.

Este domingo celebramos también la fiesta de la Divina Misericordia. Para muchos, Montserrat es el lugar en el que han vuelto a empezar, donde han podido experimentar esta misericordia, donde han llorado en silencio, han puesto delante de María lo que no sabían cómo decir, y han sentido la misericordia de Dios sin condiciones. La misericordia de dios es esto: un amor que no pide credenciales, que no hace cálculos, que ama porque sí. Y maría que la ha experimentado en su propia vida nos la hace cercana.

Cuando subimos a Montserrat —físicamente o con el corazón— no lo hacemos como turistas, sino como hijos que vuelven a casa. Como peregrinos que saben que solo está en Dios la paz profunda. La mirada de María nos acompaña y nos enseña a mirar como ella. A no ser duros con los demás, ni con nosotros mismos. A tener un corazón misericordioso como el de su Hijo. Y también a vivir con esperanza, porque, como dice san Pablo, «la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rm 5,5).

Montserrat es una montaña desde la que la mística fuente del agua de la vida mana en el corazón de nuestra casa. Siempre que subamos allá, María está ahí, ofreciéndonos a Jesús con aquel gesto sencillo y profundo que muestra la imagen de la “Moreneta”: el Niño sentado en su regazo, y ella indicándolo con la mano. Es como si nos dijera: «Aquí tienes a tu Dios. Míralo. Escúchalo. ¡Ámalo!»

Este año, hagámonos peregrinos sea subiendo a Montserrat sea con la visita espiritual a la Virgen de Montserrat. Que podamos decir cómo Mn. Cinto Verdaguer y tantos otros devotos de Montserrat: «¡Dichosos ojos, María, los que os vean! ¡Feliz el corazón que se abra a vuestra luz!»