Fecha: 24 de septiembre de 2023
Estimadas y estimados. Hoy, en medio de las fiestas de Santa Tecla y de Misericordia, coincidiendo además con la Virgen de la Merced, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Nuestra mirada no puede obviar el compromiso de justicia con los países del sur global y con todas las personas víctimas de las guerras. Estamos asistiendo, impasibles, a emergencias humanitarias de un alcance incalculable. ¿Quién ayudará sobre todo a los países africanos y latinoamericanos? En esta línea, el propio Cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo, ha dicho que el trato que Europa dispense a los inmigrantes y a la población de otros continentes, será la piedra de toque para comprobar si sigue siendo cristiana.
El lema de este año es: «Libres de elegir si migrar o quedarse». Porque migrar debería ser siempre una decisión libre y no obligada por las circunstancias. Pero la realidad es otra. Conflictos, desastres naturales o la imposibilidad de vivir una vida digna y próspera en la tierra de origen, obligan a millones de personas a venir hacia nuestra sociedad opulenta, ya sea Europa o Norteamérica. Como afirmaba san Juan Pablo II en 2003, «crear condiciones concretas de paz, en lo que se refiere a los emigrantes y los refugiados, significa comprometerse seriamente para defender, ante todo, el derecho a no emigrar, es decir, a vivir en paz y dignidad en la propia patria».
Tan sólo este año 2023, entre enero y agosto, han muerto 3.500 migrantes en el Mar Mediterráneo cuando intentaban llegar a Europa, convirtiéndose el mar en una verdadera fosa común para todos ellos. Sin embargo, no podemos olvidar, como afirmaba a los periodistas el papa Francisco al regresar de la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa, que «el Mediterráneo es un cementerio, pero no es el mayor cementerio. El mayor cementerio es el norte de África. Esto es terrible».
Releyendo los documentos del Concilio Vaticano II, a veces te encuentras con afirmaciones que son una auténtica joya. El Concilio es realmente una mina. Y, hoy, me he encontrado con esta frase, que puede iluminarnos el tema que nos ocupa: «El hombre […] no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (GS 24). Y es cierto. Por eso, es necesario que las redes sociales propaguen imágenes de los pueblos excluidos del bienestar, que se presenten estadísticas del número de familias sin techo, de personas sin condiciones sanitarias y sentenciadas a una muerte prematura. A pesar de que a algunos les dejen indiferentes o insensibles, la divulgación de estos datos siempre desvela sentimientos nobles y a menudo alargan una mano generosa. Martin Luther King, el líder de la liberación de los esclavos negros en EE.UU., escribió: «Tengo un sueño: que un día sobre las rojas montañas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos señores puedan sentarse juntos en la mesa de la hermandad». Fijaos que no dice «que suplanten el sitio», sino «que puedan sentarse juntos».
«El camino sinodal que, como Iglesia, hemos emprendido ―afirma el papa Francisco en su mensaje para esta Jornada―, nos lleva a ver a las personas más vulnerables ―y entre ellas a muchos migrantes y refugiados― como compañeros de viaje especiales, que hemos de amar y cuidar como a hermanos y hermanas. Sólo caminando juntos podremos ir lejos y alcanzar la meta común de nuestro viaje».
Vuestro,