Fecha: 24 de diciembre de 2023
Cuando nos llega la noticia del nacimiento de un niño, hijo o hija de un familiar o de unos amigos, podemos constatar el efecto y la repercusión que supone para toda la familia este acontecimiento.
Y así hemos podido comprobar que siempre es motivo de gran alegría el nacimiento de un niño. La familia, los parientes, conocidos y los vecinos se alegran, y aquella «novedad», que es la aparición de una nueva vida en el mundo, se convierte en una puerta abierta a la esperanza, a un futuro desconocido pero ilusionante y esperanzador. Si esto es lo que ocurre habitualmente con el nacimiento de un niño, no podemos ni imaginar qué ocurrió en el nacimiento de Jesús. O puede que sí podemos imaginarlo y, sobre todo, podemos contemplarlo y adorarlo. Este niño es el Hijo de Dios, el que existía desde siempre, como nos dice el evangelio de San Juan, el que era Dios eterno desde siempre y que vino al mundo nacido de María Virgen, hecho un niño pequeño como todos los niños cuando vienen al mundo, pero que, además, quiere nacer también en los corazones de cada uno de nosotros.
Aquella noche, la aparición de los ángeles a unos pastores manifiesta lo grande que es para nosotros y para toda la humanidad este extraordinario acontecimiento y lo que supone la Encarnación del Hijo de Dios para todos nosotros. Dice el evangelio que el ángel les dijo: «No tengáis miedo. Os anuncio una buena nueva que traerá al pueblo una gran alegría: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, que es el Mesías, el Señor. Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,10-12).
Fijémonos en estas expresiones que muestran la grandeza de este hecho tan maravilloso: ¡una buena nueva, una gran alegría, nos ha nacido un salvador que es el Mesías, que es el Señor, que significa que es Dios!
Pero este niño, el Hijo de Dios, no lo encontraréis entre los poderosos de este mundo, ni entre los que son considerados importantes o famosos, ni entre los que se lo pasan bien. Lo encontraremos en un pesebre entre los animales, lo encontraremos en la pobreza, en la pequeñez de un niño desprotegido, necesitado de todas las atenciones como todos los niños pequeños cuando vienen al mundo. Lo encontraremos en los pesebres de nuestro mundo, que también los hay. Lo encontraremos especialmente en los pobres, los pequeños, los enfermos, los que en este mundo no son considerados.
Un año más Jesús quiere venir a nosotros, pero es necesario que nos dispongamos a recibirlo en un corazón sencillo y pobre, como el portal de Belén, como los pastores. Es necesario que hagamos de nuestros corazones un pesebre como el que acogió al mismo Dios al venir al mundo por primera vez.