Fecha: 25 de diciembre de 2022
De acuerdo con lo que hemos ido viendo en el camino de Adviento, se entenderá que Navidad es encuentro, encuentro entre Dios que llama y la criatura que busca. Un encuentro, que genera otros encuentros de las criaturas entre sí.
Sabemos que este acontecimiento solo es posible en las condiciones en que se produjo históricamente hace más de dos mil años. Solo que, mirando el ambiente que nos rodea, sospechamos que difícilmente se pueda verificar entre nosotros.
No me resisto a reproducir el testimonio de este encuentro navideño en el campo de concentración de Belsen, teniendo como protagonista la conocida Ana Frank. Escribe Lies van Dann:
“De pronto oí la voz de Ana: Lies, ¿dónde estás?… Le ví tras la alambrada. Estaba cubierta de harapos. Percibí en la sombra su rostro macilento. Sus ojos estaban agrandados… Ana me dijo que no sabía nada de su padre, pero que su madre había quedado en Auschwitz. Solo estaba con ella Margot (su hermana), ya muy enferma… Ana volvió junto a la alambrada a la noche siguiente. Le había hecho un paquete con una chaqueta de lana, algunos bizcochos, un poco de azúcar y una lata de sardinas en aceite, y grité: ‘¡Atención, Ana! tirando el paquete por encima del muro alambrado. Pero no oí más que una voz y sollozos. – ¿Qué ha pasado, Ana? Me respondió llorando: es que una mujer cogió al vuelo el paquete y no me lo ha dado”
Escribe una compañera de cautiverio:
“Volví a encontrar a Ana en Belsen con su hermana. Celebramos juntas la Navidad. Habíamos conservado un poco de pan: lo cortamos en pedazos pequeños y lo recubrimos con cebolla y una berza cocida. Nosotras, es decir las hermanas Daniels, mi hermana y yo, Margot y Anita, éramos casi dichosas. ¡Oh! Bien sé que es horrible decir eso; y, sin embargo, fuimos un poco dichosas durante algunas horas”
No es posible leer estos testimonios sin conmoverse. Pero son luces brillantes en medio de la oscuridad más cerrada. La oscuridad de lo inhumano, de la crueldad, de la miseria y el sufrimiento. La luminosidad del amor en lo pequeño, en lo esencial, en el gesto humilde. En este marco brilla con luz potente la verdadera Navidad.
Nuestra celebración es resultado de múltiples adornos de luces, músicas, felicitaciones formales… En el mejor de los casos, son nuestras maneras de servir al misterio, prestándole los recursos a nuestro alcance. Pero no lograremos igualar la calidad y la profundidad evangélica de aquella celebración en el campo de Belsen. Allí, dándose lo esencial, se hallaba todo. En cambio entre nosotros se puede dar todo y faltar lo esencial.
En unos pequeños trozos de pan, una cebolla y una berza se puede compartir el amor de Dios, que se abajó tomando la carne humana en su realidad más sencilla, e incluso más sufriente.
¿Qué Navidad se puede celebrar en lugares de guerra y muerte, en espacios de extrema pobreza y de hambre, en situaciones de terrible soledad y fracaso? No lo sabemos. Pero sí estamos seguros que el Dios de nuestra fe, el Padre de Jesucristo, no los tomará como lugares extraños o “indignos de su amor”; al contrario, hará resonar sus llamadas a la puerta, como “quien viene a los suyos”.
Y los suyos, los que buscan anhelantes abrirán, y se producirá el encuentro luminoso y salvador. Quisiéramos estar entre ellos y que nuestras voces acompañaran los sinceros cantos de alabanza.