Fecha: 25 de diciembre de 2022
Estimadas y estimados. Cada año, siguiendo el ciclo de la naturaleza, vuelve el solsticio de invierno, que nos marca la fiesta de Navidad. Los ciclos de la naturaleza representan «el eterno retorno de lo mismo», para utilizar la expresión de Nietzsche. Pero la naturaleza no es la única figura del eterno retorno que viene a nosotros sin que intervengamos; hay otra, la que se refiere a la historia, y ésta requiere nuestra colaboración. Y, al colaborar, la hacemos nueva.
El cristianismo adoptó la fiesta del solsticio de invierno para hacerla coincidir con el nacimiento de Jesucristo, una festividad de referencia para nuestra cultura occidental cristiana hasta el día de hoy. Sin embargo, esta adopción no significó una sacralización de la naturaleza, sino una humanización de la historia. Dios no se encarnó en ninguna realidad de la naturaleza, sino en un hombre, convirtiendo así en sagrada la condición humana. Es importante recordar que celebrar la Navidad ―en un momento en que esta fiesta ha adquirido tantos sentidos― significa hacer memoria reiterada del nacimiento de Jesucristo. La historia no se repite como la naturaleza, la hacemos presente cuando la celebramos y la recordamos.
Aquellas palabras: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10), atravesando los siglos, y repetidas hoy, dan sentido a la Navidad y nos otorgan la fuerza para hacer que la fiesta de Navidad no sea repetitiva, sino que perdure en la novedad y la humanidad no pierda la referencia más importante de su historia.
Ya hace días ―de hecho, todo el Adviento― que la Iglesia nos invita a alegrarnos porque «el Señor está cerca». Ahora ya hemos concluido el ciclo y la Navidad está aquí. No la misma Navidad reencontrada y repetida, sino una nueva Navidad que contiene todas las Navidades de la historia. También el profeta Isaías nos habla de la «alegría inmensa» de quien ha encontrado «la luz» y la liberación que vienen de Dios (cf. Is 9,1-2). La página evangélica de Nochebuena aún nos habla de la alegría de los coros celestiales expresada en el «Gloria a Dios en las alturas» (Lc 2,14). Y, después, encontramos la alegría de los pastores por haber visto «a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16).
¡Helo aquí! Una «gran alegría» situada en medio de tantos yugos que esclavizan y de tanto sufrimiento humano, ¿qué alegría es? ¿La que se repite sin ser nunca realidad? Ya lo veis, la «alegría» según el Evangelio, no siempre corresponde a la «alegría» según el mundo. Esta «alegría» es la que nos es anunciada, junto con ese otro mensaje inseparable: «no tengáis miedo. No tengáis miedo» porque Jesús os salva ex novum cada vez. Por eso no es una Navidad repetida, es una nueva Navidad, que libera los temores, hace camino con nosotros, seca las lágrimas, abre la posibilidad de una vida más allá de la muerte. La alegría de Navidad no es exactamente la que nos promete la publicidad de estos días ––repetida cada año–– es la que nos trae el nacimiento de Jesús que es una nueva oportunidad de Navidad paradójica y que sólo puede ser «intuida» desde el silencio interior y la contemplación agradecida del misterio de la maternidad de Santa María. Ésta es la alegría que anuncia la Iglesia desde hace siglos. Es nueva, libera y da coherencia al eterno retorno.
Feliz Navidad.