Fecha: 16 de octubre de 2022

Estimadas y estimados. Hace tiempo que quería hablaros del movimiento de gente mayor llamado Vida Creixent. Nació en Francia en 1952, al abrigo de las reuniones de un grupo de jubilados que se encontraban para orar y reflexionar, a la luz del Evangelio, sobre la situación de marginación con que eran tratados socialmente. Aquella inicial preocupación sigue vigente en todo el mundo y el movimiento se ha convertido en un cobijo a este sector de la sociedad que está claramente marginado. En Cataluña llega en 1984 y en nuestra diócesis en 1986. El jesuita Lluís Antoni Sobrerroca, nombrado primer conciliario por el Cardenal Jubany, escribía: «La espiritualidad de cualquier cristiano debe ser siempre la de imitar a Cristo, toda su vida. […] La espiritualidad de la gente mayor debe conducirla a saber aceptar su realidad con todas sus alegrías. La alegría de estar mucho más cerca que los demás de la vivencia del misterio pascual de Cristo». Así es. En un mundo secularizado, la profundidad cristiana de la vida debe manifestarse desde la experiencia, una experiencia acumulada y arrastrada por las sombras y las luces de toda una vida. Éste es el poso de la sensibilidad necesaria para captar el lenguaje de Dios, para ver su presencia constante, día tras día, en las cosas más irrelevantes.

En Vida Creixent utilizan la expresión «mística de Vida Creixent», con la que manifiestan la voluntad de vivir, como cristianos, la edad de la vejez desde los pilares fundamentales del movimiento: «Amistad», que es acoger al otro y amarlo. «Espiritualidad», que es vivir intensamente el conocimiento de Dios cercano y saber descubrirlo en las pequeñas cosas. «Apostolado», que es dar testimonio del Dios encontrado íntimamente y del que la gente mayor se siente cada vez más cercana. Esta mística no es otra que tener la fortaleza suficiente para escuchar la vida, callarse cuando Dios quiere hablar y captar su presencia.

La sociedad occidental ha visto cómo en los últimos años del siglo pasado y en los que llevamos de siglo XXI, las transformaciones han afectado especialmente a las personas mayores. Las migraciones, los cambios de rol generacional, la redistribución de la población, la emergencia de los individualismos y el nivel cultural han castigado especialmente a este colectivo. Y, además, para remachar el clavo, la pandemia y su gestión se ha cebado especialmente en él. Y los mayores cristianos, que son mayoría, necesitan asumir la situación desde la unión, desde la comunidad, la oración y el apoyo mutuo para vencer el problema: el concepto de productividad y de utilidad. Las personas mayores deben asimilar un cambio repentino. Y los mayores, con una formación y vida cristianas se sienten lejos del mundo.

En nuestro país el movimiento ha ido existiendo durante los años, con mayor o menor fuerza, hasta el día de hoy. Ahora, ha llegado el momento en que es necesario un nuevo impulso y, de hecho, ya se ha iniciado este camino de reanudación. Os aliento a conocerlo y, porque no, a interesarse y participar. No en vano nuestras parroquias y comunidades son las que pueden llenar de contenido real este movimiento comprometido con la pastoral diocesana.

 

Vuestro.