Fecha: 2 de enero de 2022
Los primeros días de un nuevo año (aunque esto de la división del tiempo en años no deja de ser una convención), siempre nos sugiere un comenzar de nuevo. Y para vivir este comenzar de nuevo hace falta buen ánimo: algunos (pocos) añorarán el pasado inmediato, la mayoría tendrán que superar la rutina, activar la creatividad, hacer acopio de fuerzas…
El ambiente no acompaña. La lista de crisis, obstáculos y dificultades, es larga, quizá más larga que los motivos para cultivar ilusiones. Los cristianos no cerramos los ojos a estas listas de realidades oscuras, pero no podemos dejar que “manden” en nuestras vidas y que ahoguen nuestros propósitos para el futuro.
Hace pocos años– en plena crisis de la industria del libro – se fundó una editorial que tenía como objetivo la divulgación del pensamiento cristiano filosófico y teológico. Eligió como título “Editorial Nuevo inicio”. Sus creadores estaban convencidos de que en la cultura, en la Iglesia y en la sociedad urgía comenzar de nuevo, y que el mensaje de inspiración cristiana que ellos lanzaban lo promovía. Recientemente encuentro una cita que recoge el Papa Francisco, de la filósofa Hannah Arend:
“La Natividad de Jesús de Nazaret es el misterio de un nacimiento que recuerda que los seres humanos, si bien han de morir, no han nacido para morir, sino para comenzar”
Esta filósofa, judía de nacimiento, que había estudiado “El concepto de amor en San Agustín”, veía en el cristianismo, en su fe y sus celebraciones, un reflejo de la idea de historia heredada del judaísmo: la mirada constante a un futuro que da sentido al presente. Así, en Navidad Jesús nace dando un nuevo comienzo a la humanidad, abriendo un horizonte nuevo, una esperanza nueva, una manera nueva de afrontar la vida presente, teniendo a la vista un futuro de plenitud.
Si, además, Jesús nace en pobreza, sencillez y, ya desde sus primeros pasos en esta tierra, experimenta sufrimiento y persecución, entonces el testimonio es aplicable a todo tipo de situaciones humanas. Ya no valdrá aquello de decir: “¡En un marco de privilegios, recursos, y comodidades aseguradas, ya es fácil comenzar de nuevo!..” El miedo, la negativa a comenzar de nuevo, tiene importantes consecuencias en diferentes ámbitos de la vida.
Es la razón por la cual ha seguido descendiendo el número de hijos nacimientos en nuestra sociedad occidental hasta niveles alarmantes: entre otras razones, no se quiere provocar nuevos inicios de vida, porque no se tiene seguridad de poder ofrecer una vida futura “confortable”, según el criterio presente.
Es también uno de los motivos por los cuales nuestro mundo es un mundo “sin vocaciones”. Sin vocaciones al matrimonio y, sobre todo, a la vida consagrada o al sacerdocio ministerial. Porque toda vocación supone un nuevo comienzo, un renacer a una vida diferente, y ello comporta una cierta dosis de riesgo. Ha de ser particularmente intensa la llamada (vocación) y muy acendrada la confianza en el que llama, para atreverse a iniciar una nueva vida.
Resuenan en nuestro interior las palabras de Jesús a Nicodemo: “Has de nacer de nuevo para entrar en el Reino de los cielos” (Jn 3,3).