Fecha: 13 de marzo de 2022
Nos encontramos en el corazón de la Cuaresma. Durante este tiempo litúrgico, la Iglesia nos propone tres caminos para prepararnos para la Pascua: el ayuno, la limosna y la oración. Hoy quisiera animaros a que, durante esta Cuaresma, dedicarais un tiempo a estar en silencio con el Señor y a compartir con Él las dificultades y esperanzas de cada día.
Para ello, quisiera compartir con vosotros unas reflexiones acerca de un libro precioso: Relatos de un peregrino ruso a su padre espiritual. Este libro se conoce habitualmente con el título de El peregrino ruso y, como dice el papa Francisco, es un libro para todos, un hermoso relato para el que quiera comprender qué es la oración continua.
El libro narra la historia de un hombre que, a mediados del siglo XIX, peregrina por Rusia con el deseo de llegar a ser un verdadero discípulo de Jesús. En el primer capítulo, podemos leer que, en una misa, el peregrino escucha una frase de la primera Carta a los Tesalonicenses que deja una profunda huella en su corazón: «Orad sin cesar» (1Te 5,17). A partir de ese instante, se pone en camino para aprender a orar con el corazón, en todo momento y en todo lugar.
El peregrino lleva consigo una alforja con algo de pan y una Biblia en el bolsillo de su túnica, al lado del corazón. Durante todo el camino lee la Biblia incansablemente. La Palabra es la lámpara que ilumina sus pasos, una luz en su camino (cf. Sal 118,105). El testimonio de este hombre nos puede ayudar a entender la importancia de la Palabra de Dios en la oración y su fuerza para apartarnos de las distracciones que nos descentran del Señor.
Durante el viaje, un monje le aconseja que ore de manera continuada diciendo: «Jesús, ten compasión de mi». Esta oración está basada en el episodio del ciego de Jericó del Evangelio de Lucas (v. Lc 18,35-43). El ciego estaba sentado al borde del camino y pedía limosna. Al oír que Jesús pasaba por allí le llamó con todas sus fuerzas y le pidió que tuviera misericordia de él. Jesús, al ver la fe de aquel hombre, lo curó. Todos nosotros podemos ser como aquel ciego, cuando reconocemos con humildad nuestras limitaciones y creemos que solo Jesús puede curar nuestras cegueras. Podemos hacer nuestra esa invocación, esa oración, dejando que cale en nosotros y salga de lo más hondo del corazón. Encontremos algún momento del día para escuchar la voz del Señor que nos pregunta sin cesar: «¿Qué quieres que haga por ti?» (Lc 18, 41).
La oración, el diálogo confiado con Dios, nos unirá más a Él y nos ayudará a preparar nuestro corazón para ver la realidad con los ojos de Dios. Así lo expresa el peregrino ruso: «Cuando me encontraba con la gente, me parecía que eran todos tan amables como si fueran mi propia familia […] Y la felicidad no solo iluminaba el interior de mi alma, sino que el mundo exterior me aparecía bajo un aspecto maravilloso.».
Queridos hermanos y hermanas, ojalá la oración encienda en nosotros la luz de Cristo y el amor a nuestro prójimo. Que, como el buen peregrino ruso, podamos ver el rostro de Jesús en cada uno de los hermanos que encontremos al borde del camino.