Fecha: 16 de febrero de 2025

Estimados hermanos y hermanas:

«La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más altos». Su misión, lejos de empequeñecer al hombre, «difunde luz, vida y libertad para el progreso humano», recuerda la constitución pastoral Gaudium et Spes, en su número 21. Una llamada a la verdadera vocación, que nace de los brazos de Dios para posarse, de una vez y para siempre, en nuestro corazón.

El pasado fin de semana, nuestra diócesis tortosina participó en el Congreso de Vocaciones ¿Para quién soy? Asamblea de llamados para la misión. Esta pregunta busca en nosotros una respuesta que brote de ese discernimiento que se lleva a cabo en la Iglesia como asamblea de llamados.

Y así lo vivimos en el congreso, con la asistencia de quince miembros de todos los carismas (sacerdotes, religiosos y seglares), dando fe de la llamada que Dios nos hace a cada uno desde el Bautismo para ser –a imagen y semejanza suya– discípulos y misioneros de su amor.

Con el deseo de ser Iglesia misionera y sinodal que se pone en estado vocacional, celebramos esta fiesta eclesial que pone de manifiesto que el Señor no deja de llamar a sus hijos para recordarnos que toda la vida es vocación. Así nos convertimos en una gran asamblea de llamados para una misión concreta: dar la vida por Cristo, la «imagen de Dios invisible» (Col 1,15).

El Hijo de Dios, con su encarnación, se unió con cada uno de nosotros: «Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre». Es más, nacido de la Virgen María, «se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado» (GS, 22). Padeciendo con nosotros, encarnándose en unas manos pobres, una piel sensible al sufrimiento y un sentir profundamente humano, nos abrió el camino para seguir sus pasos, descubriéndonos el cariz y la grandeza de nuestra vocación.

Cuando nos preguntemos «¿para quien soy?», podemos decir como Santa Teresa de Jesús: «Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?».