Fecha: 8 de enero de 2023
La cabalgata de los Reyes Magos ha sido, en nuestra larga historia de las celebraciones de la Navidad, el acontecimiento decisivo de la entrega de regalos de unos a otros. Aunque se centra especialmente en los niños recordando aquel acontecimiento evangélico de los regalos que le ofrecieron a Jesús, niño, unos magos llegados de Oriente; así nos lo cuenta san Mateo: “Entraron en casa, vieron al niño con María, sumadre, y cayendo de rodillas lo adoraron… y le ofreciero nregalos: oro, incienso y mirra” (2, 11).
Últimamente parece haberse diversificado mucho la entrega de regalos a los más pequeños pero siempre resulta atractiva la fiesta popular de los Reyes Magos. En nuestra sociedad se conserva todavía muy arraigada esta celebración que, en una llamativa cabalgata, discurre por las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades. Los adultos miramos con curiosidad los personajes y los elementos que acompañan la comitiva pero contemplamos con más interés los rostros de los más pequeños, sus emociones, sus ojos llenos de alegría, sus aparentes temores, sus esperanzas en conseguir los regalos solicitados. Padres y abuelos, tíos y otros familiares han estado pendientes de las reacciones de los niños, de su ingenuidad y de las muestras alborozadas ante los obsequios. Todos hemos participado de la ternura y de la emoción infantil del momento. No en vano los niños se convierten, una vez más, en el centro de las miradas y de las preocupaciones de las familias y de la sociedad entera.
Tomando esta fiesta llamada de los niños, con la reflexión de hoy quisiera ampliar mi mirada hacia ellos aconsejando algo más que la donación de un objeto más o menos sofisticado que reciben con alegría y parecen cumplir todas sus expectativas. Seguramente es un buen día para hablar del amor familiar, de la educación, de la escuela, del papel que los distintos agentes sociales juegan para conseguir un crecimiento armónico de los niños y jóvenes de nuestra sociedad. Es una responsabilidad de todos el ofrecer y conseguir una formación de calidad para que crezcan sintiéndose queridos y que se preparen para ayudar y servir a sus semejantes a su temprana edad y, sobre todo, cuando en el futuro participen de la gestión de la comunidad.
Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. A pesar de que en el lenguaje coloquial utilizamos continuamente los adjetivos posesivos, no los tienen de su propiedad sino que los han recibido del inmenso amor de Dios y de su propia entrega conyugal. Tan grande es el amor paterno-filial que unos y otros son capaces de ofrecer su vida en beneficio del otro. Que la educación dada en el ámbito familiar se base sobre todo en el cariño, en el respeto y en la solidaridad. El gusto, el interés personal o el capricho de los hijos nunca son buenas normas de conducta. Los padres no pueden complacer siempre. Es cierto que pretenden especialmente la felicidad de los hijos pero el esfuerzo, la constancia, la búsqueda de la excelencia, los valores, la corrección son líneas en la atención a su crecimiento, acompañarles, saber escuchar.
Los profesores dedican gran parte de su tiempo a conformar y potenciar la personalidad de los alumnos respetando su libertad y preocupándose de todas sus dimensiones, la física, la intelectual, la espiritual y la social. Colaboran en la responsabilidad paterna.
Los catequistas y todos los educadores católicos se esfuerzan en ser auténticos testimonios de vida al estilo de Jesucristo; los encaminan a todos a su encuentro y, siguiendo la gracia de subautismo, viven con alegría su fe. Precisamente hoy celebramos la fiesta del Bautismo de Jesús.