Fecha: 14 de mayo de 2023
Nos va bien aceptar las críticas si conducen a mejorar nuestras opiniones o actitudes ante determinados acontecimientos que nos afectan. También, por supuesto, los cristianos aceptamos las sugerencias de los demás porque pueden ayudarnos a profundizar en nuestra fe y a ser más auténticos en la vida cristiana. Y esto lo vemos con claridad en la recepción de los sacramentos en los niños y jóvenes de nuestras comunidades. Hay quien opina falta de preparación o la preocupación por lo externo de la fiesta; otros afirman que no hay continuidad tras la primera comunión o la confirmación; otros se quejan de la reducida implicación de los padres y de las familias; algunos claman por una renovación constante del proceso catequético. Mil afirmaciones, algunas opuestas, que nos permiten hacer una reflexión sobre este fundamental tema.
Porque hablamos de algo esencial en la vida de la Iglesia, la administración de los sacramentos, y los católicos hemos valorado en su justa medida su importancia personal, familiar y comunitaria. Por ello durante siglos hemos adornado con muchos detalles y fiestas algunos sacramentos como, por ejemplo, los de la iniciación cristiana. Hemos gozado del acontecimiento de la primera comunión, tanto la nuestra como la de los seres queridos. Hemos preparado el acto con un sinfín de complementos, hemos participado en varias reuniones y, generalmente, hemos quedado satisfechos de la fiesta en la que han colaborado los sacerdotes, los catequistas y toda la comunidad parroquial o colegial, en el caso de los centros educativos católicos. Y, sin embargo, con el paso de los días cambia nuestra percepción y nos volvemos más exigentes pidiendo más convicción desde el corazón y menos adornos externos que desvirtúan de alguna manera la esencia de los sacramentos. Percepción que resulta indiscutible. Todos estamos de acuerdo en la profundización de los actos, en la coherencia de las actitudes y en la continuidad de los procesos pero nos cuesta pasar de las palabras a los hechos de manera que la colaboración de todos redunde en una mejor valoración de la catequesis y de la celebración.
Esto ocurre igualmente en la fiesta de la Confirmación si bien es menos llamativa porque es menor el número de los solicitantes. También es una fiesta el sacramento del matrimonio y el de orden sacerdotal, pero esto afecta a muchos menos católicos. Y hacemos la reflexión en estos momentos del tiempo pascual porque es ahora cuando se producen con mayor intensidad las celebraciones sacramentales. Siempre deberíamos estar todos atentos para dignificar estas fiestas comunitarias porque nos atañe al conjunto de la comunidad y es esencial la transmisión de la fe en estas edades que preparan el futuro del compromiso personal.
Una reflexión que empieza por el agradecimiento hacia todos aquellos que acompañáis a vuestros hermanos en este proceso sacramental. La comunidad diocesana reconoce la dedicación, el interés y la permanencia de tantos catequistas en las diversas parroquias y colegios. Es un grupo representativo de la comunidad parroquial en el ámbito de la transmisión de la fe de un modo sistemático y, al mismo tiempo, vivencial. Ayudan a las familias en esta tarea a la que nadie debe renunciar y facilitan al resto de los sectores pastorales una segura línea de formación y un camino de futuros colaboradores para la evangelización.
Esta misma reflexión nos lleva a insistir en una formación constante de los catequistas en los temas básicos de Sagrada Escritura, de moral, de pedagogía catequética, de historia de la Iglesia con el contenido claro y concreto de sus enseñanzas.También un llamamiento a que otros cristianos quieran y puedan colaborar en esta magnífica tarea eclesial.