Queridos hermanos y hermanas:

Nos acercamos ya al final del mes de agosto, que para muchos significa la conclusión de las vacaciones de verano. Al volver a las actividades diarias, ¡cómo no dar gracias a Dios por el don precioso de la creación, que podemos disfrutar no sólo durante el período de vacaciones! Los diferentes fenómenos de degradación ambiental y las calamidades naturales, que por desgracia registran con frecuencia las crónicas, nos recuerdan la urgencia del respeto debido a la naturaleza, recuperando y valorando, en la vida de todos los días, una correcta relación con el ambiente. Se está desarrollando una nueva sensibilidad por estos temas, que suscitan la justa preocupación de las autoridades y de la opinión pública, expresada en la multiplicación de encuentros también a nivel internacional.
La tierra es un don precioso del Creador, que ha diseñado su orden intrínseco, dándonos así las señales orientadoras a las que debemos atenernos como administradores de su creación. Precisamente a partir de esta conciencia, la Iglesia considera las cuestiones vinculadas al ambiente y a su salvaguardia como íntimamente relacionadas con el tema del desarrollo humano integral. A estas cuestiones me he referido varias veces en mi última encíclica, Caritas in veritate, recordando la «la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad» (n. 49) no sólo en las relaciones entre los países, sino también entre las personas, pues Dios ha dado a todos el ambiente natural, y su uso implica una responsabilidad personal con respecto a toda la humanidad, y de modo especial con respecto a los pobres y las generaciones futuras (cf. n. 48).

Sintiendo la común responsabilidad por la creación (cf. n. 51), la Iglesia no sólo está comprometida en la promoción de la defensa de la tierra, del agua y del aire, dados por el Creador a todos; sobre todo se empeña por proteger al hombre de la destrucción de sí mismo. De hecho, «cuando se respeta la «ecología humana» en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia» (ib.). ¿No es verdad que la utilización desconsiderada de la creación comienza donde Dios es marginado o incluso se niega su existencia? Si falla la relación de la criatura humana con el Creador, la materia queda reducida a posesión egoísta, el hombre se convierte en la «última instancia», y el objetivo de la existencia se reduce a una carrera afanosa para poseer lo más posible.

Así pues, la creación, materia estructurada de modo inteligente por Dios, está encomendada a la responsabilidad del hombre, que es capaz de interpretarla y de remodelarla activamente, sin considerarse su dueño absoluto. El hombre está llamado a ejercer un gobierno responsable para conservarla, hacerla productiva y cultivarla, encontrando los recursos necesarios para que todos vivan dignamente.

Con la ayuda de la naturaleza misma y con el tesón del propio trabajo y de la propia inventiva, la humanidad es realmente capaz de cumplir el grave deber de entregar a las nuevas generaciones una tierra que también ellas a su vez podrán habitar dignamente y seguir cultivando (cf. Caritas in veritate, 50). Para que esto se realice, es indispensable el desarrollo de «la alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios» (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2008, n. 7), reconociendo que todos procedemos de Dios y que todos estamos en camino hacia él.

¡Qué importante es, por tanto, que la comunidad internacional y cada Gobierno sepan dar las señales adecuadas a los propios ciudadanos para contrarrestar eficazmente los modos de utilizar el ambiente que le sean nocivos! Los costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes, reconocidos de manera transparente, deben ser sufragados por aquellos que los utilizan, y no por otras poblaciones o por las generaciones futuras. La protección del ambiente y la salvaguardia de los recursos y del clima requieren que todos los responsables internacionales actúen conjuntamente, en el respeto de la ley y la solidaridad sobre todo con las regiones más débiles del planeta (cf. Caritas in veritate, 50).

Juntos podemos construir un desarrollo humano integral en beneficio de los pueblos, presentes y futuros, un desarrollo inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Para que esto suceda es indispensable convertir el actual modelo de desarrollo global hacia una toma de responsabilidad mayor y compartida respecto a la creación: no sólo lo requieren las emergencias ambientales, sino también el escándalo del hambre y de la miseria.

Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor y hagamos nuestras las palabras de san Francisco en el Cántico de las criaturas: «Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición… Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas».

Así cantaba san Francisco. También nosotros queremos orar y vivir con el espíritu de estas palabras.

 

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