Fecha: 30 de abril de 2023
Los encuentros de Jesús Resucitado con sus discípulos contienen admirables enseñanzas para nosotros. En realidad todos estamos llamados a vivirlos, de una u otra manera. Es El quien anhela esos encuentros, es Él quien nos busca y nos llama.
La iniciativa siempre es suya, aunque el encuentro requiere una determinada disposición: haberse dejado impactar por su persona y su vida, añorarle, seguir amándole, anhelar su presencia…
El encuentro con los discípulos de Emaús es bien conocido. Solo mencionaremos dos aspectos, aprovechando que dedicamos este día a la oración por las vocaciones bajo el lema “Ponte en camino, no esperes más”.
En la escena distinguimos dos caminos, que realizan los discípulos. Uno es el que puede representar la vida “normal”, es decir, el camino que vamos haciendo llevados por los sentimientos e impulsos “naturales”, según vivencias que nos depara la vida. Es un camino de búsqueda, más o menos consciente, de bienestar o de serenidad. Si ésta ha sido amenazada, hay que hallar respuestas. En el caso de los discípulos de Emaús, caminan desde la profunda decepción que produjo en ellos la muerte (el fracaso) de Jesús: salir de Jerusalén, donde han vivido experiencias tan fuertes, sería lo más normal.
Es en ese camino normal y cotidiano donde Jesús se hace presente, sin más aparato que caminar a nuestro lado y conversar. Y a partir de la experiencia que vivimos, Jesús nos abre los ojos (y los oídos) para que conozcamos el sentido de la Cruz y recibamos el anuncio de la Resurrección. Es la sanación del entendimiento, la superación del escándalo de la Cruz, que se da en todos los encuentros de Jesús con sus discípulos.
Este momento ya contiene una llamada a la fe. La fe que se inicia con “el ardor del corazón” y se confirma con la partición del pan o Eucaristía.
A partir de entonces, una nueva llamada desencadena otro camino. En este caso es la llamada a la misión de evangelizar, anunciar la gran noticia de la Resurrección. Es el camino esencialmente vocacional. Todo él es la respuesta a la llamada que hemos escuchado del mismo Jesús, cuando nos abre los ojos. Porque no hay vocación sino en el contexto de la fe: los ojos se abren al mismo tiempo que los oídos, y a ambos sigue el corazón que manda ponerse en camino.
Es en ese caminar, lleno de sentido, cuando se va desvelando cuándo y dónde se verifica la vocación personal y concreta, es decir, de qué modo respondemos a la vocación general que ha nacido de la fe, de qué manera transmito a mis hermanos que Cristo ha resucitado. Esto ocurre en el momento en que ejercitamos ante Cristo la misma apertura, la misma capacidad de escucha, recepción y acogida, que hizo posible la fe. Él vuelve a abrir nuestros ojos y acabamos viendo claro qué espera y desea de nosotros en esta vida.
La respuesta generosa va acompañada de una gran alegría: hemos hallado la manera de amar respondiendo al amor que hemos recibido.