Fecha: 15 de diciembre de 2024
Existe un cuento infantil que relata la historia de una ciudad que se había quedado sin colores porque había perdido la alegría. Imaginémonos cómo sería vivir en una ciudad gris, sin ninguna tonalidad. Un cuento… ¿O una realidad? Fijémonos en la moda del diseño de objetos y de interiores: todo son tonalidades neutras —blancos, grises, colores tierra—; nuestra paleta de colores se ha ido apagando. ¿Es simplemente una moda? ¿Qué ocurre con nuestro día a día? ¿No está quizá pintado también de colores neutros? ¿Dónde está la alegría, el gozo de ser cristianos?
Daría para muchas reflexiones el porqué se están eliminando los colores fuertes de nuestro día a día, pero sí que nos sirve para constatar que a menudo vivimos una vida apagada, una vida que no tiene vitalidad, que no sabemos para qué la queremos y a qué debemos dedicarla Una vida así, no es una vida alegre, no es esperanzada, carece de dinamismo.
El Adviento nos propone dos personajes que no vivieron su vida de manera gris. Ante el dejarse llevar por lo que hace todo el mundo o por el conformismo, ellos dos supieron abrir caminos para que el Señor pudiera transformar la realidad. Ellos dos son Isaías y Juan Bautista.
Isaías, en un momento de fuerte crisis del pueblo de Israel por amenazas externas y por problemas internos como la corrupción, la injusticia social y la idolatría, en vez de buscar ayuda en otros pueblos, supo abrir un camino para el Señor dando esperanza al pueblo y consolándolo con palabras de afecto del Señor: «¡Que se alegren el desierto y la tierra seca, que la estepa exulte y florezca! ¡Que se llene de flores tempranas, que salte y grite de gozo y de alegría!» (Is 35,1-2).
Juan Bautista, proponiendo un camino de conversión, invitaba al pueblo a abrir caminos en el desierto de su vida, a allanar las montañas y levantar las hondonadas para que pase el Señor. Ante un pueblo que vivía quizás desorientado por los fariseos que reducían la fe al cumplimiento estricto de los preceptos de la Ley, pero por dentro estaba todo vacío, Juan Bautista invitaba a abrirse al don del Espíritu Santo que el Mesías enviaría.
Juan Bautista e Isaías nos enseñan que hasta los lugares desiertos, resecos y muertos de nuestra vida son lugares que pueden llenarse de flores, de vida, de color y que debemos estar abiertos, esperanzados a la acción del Espíritu Santo en nosotros.
Estos días ya tendremos seguramente más o menos acabado el pesebre en nuestras casas, con el verde del musgo, el azul del papel de color del cielo estrellado —y del manto de la Virgen María—, el rojo de las barretinas de los pastores, y ocre de la paja del comedero. Que esta sinfonía de colores nos recuerden que, en nuestra vida, si no preparamos los caminos para el Señor, será triste, descolorida y opaca.
Isaías, Juan Bautista, el Adviento, nos ofrecen luces y colores -esperanza y ánimos- para convertir nuestros corazones. Vivamos con esperanza, de modo que podamos preparar el camino de llegada y la estancia de nuestro corazón para Cristo que quiere venir a nuestra vida en estas Navidades y todos los días.