Fecha: 5 de enero de 2025
Acabamos de iniciar un nuevo año que, como sabéis, es un año jubilar en el que queremos que la esperanza sea la protagonista. Comenzamos el año con la ilusión y la esperanza que nos han dejado la Navidad y la celebración de la Epifanía mañana.
Esta noche y mañana, muchas familias disfrutarán de un evento entrañable: la llegada de los Reyes Magos. Cuando Sus Majestades llegan, las familias se reúnen y comparten la alegría. Grandes y pequeños abren regalos con entusiasmo. Es entrañable ver el brillo en los ojos de los más pequeños. Todos queremos ser sorprendidos y recibir obsequios que nos hagan felices.
Nos alegramos mucho cuando alguien piensa en nosotros y nos hace un regalo. La alegría de descubrir lo que esconde un paquete bien envuelto no tiene precio. Sin embargo, realmente, esta emoción dura poco, es efímera. Quizás pronto ese objeto lo dejaremos en un rincón y ya no volveremos a pensar en él. A menudo los hogares se llenan de juguetes y objetos personales de todo tipo que, con el tiempo, caen en el olvido y tienden a convertirse más en un estorbo que en un aliciente. Y esto se repite año tras año. Tenemos tendencia a acumular cosas que no terminan de llenarnos. Dejémonos aconsejar por el Maestro cuando nos dice: no acumuléis tesoros aquí en la tierra, donde se estropean y los ladrones los roban. Acumulad tesoros en el cielo, donde no se estropean ni los roban, porque son tesoros del corazón (cf. Mt 6,19).
Ciertamente, los regalos que vienen de Dios nunca nos estorbarán y siempre los guardaremos en el corazón como un tesoro. Son regalos que disfrutamos cuando los recibimos y, tal vez, aún más cuando los compartimos, sí, porque tal como nos dijo Jesús, «hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35).
Son regalos que no dependen de nuestra economía, sino que son fruto del Espíritu Santo: el amor, la bondad, la generosidad, la paz, la paciencia, la amabilidad, el compañerismo, la solidaridad… Cada uno de nosotros puede ser como una carta enviada por Dios a toda la humanidad que lleva buenas noticias (cf. 2Co 3,1-3).
En un mundo herido, los regalos de Dios son un bálsamo; en un mundo convulso, estos regalos son esperanza. Estos regalos, verdaderamente, son los que nos hacen felices y permanecen en nuestro corazón. Ojalá sepamos apreciarlos en estos días de reuniones familiares y, especialmente, el día de Reyes. Normalmente, pedimos a los Reyes que nos traigan muchas cosas para distraernos, para adornar, para lucir, para usar, pero también podríamos pedirles poder avanzar espiritualmente; ser capaces de vivir como Jesús, haciendo el bien, mirando las cosas con sus ojos; tener sabiduría y un corazón atento para escuchar; ser capaces de disfrutar de la alegría y la esperanza que movían a Cristo.
¿Qué pasaría si este año nos propusiéramos ser todos «reyes» generosos con regalos inmateriales para todos? Tal vez iniciaríamos «la revolución de la ternura» de la que habla con frecuencia el papa Francisco, tal vez acumularíamos tesoros en el cielo.
Queridos hermanos y hermanas, pongámonos en camino y sigamos la estrella que nos llevará a Jesús, como hicieron los Reyes. ¡Que todos tengamos una feliz fiesta de la Epifanía del Señor!