Fecha: 16 de marzo de 2025

Estimados hermanos y hermanas:

Decía san Jerónimo que «la cara es el espejo del alma» y, por ello, «los ojos confiesan en silencio los secretos del corazón».

Este domingo celebramos el Día del Seminario: esa vocación sacerdotal que el Señor pone en cualquier corazón llamado para ser siempre suyo y, por tanto, feliz. Tomando al pie de la letra el pensamiento de este santo cristiano y padre de la Iglesia, dotado de un corazón profundamente entregado, deseo dedicar este día a los seminaristas. Sí, a esos jóvenes que, seducidos por la mirada del Señor, se convierten en signos vivos de Jesús en el mundo para reflejar en sus ojos lo que ama su corazón.

La vocación «es un don que hay que poner al servicio de la edificación del cuerpo de Cristo», expresó el Papa Francisco en la Sala Clementina a la comunidad del seminario diocesano Saint Mary’s de Cleveland (EE.UU.). Un don sagrado que ha de entretejer la mirada del Buen Pastor que camina sin descanso con el rebaño: «A veces, delante, para mostrar el camino; a veces, en medio, para animar; y, a veces, detrás, para acompañar a los que más luchan».

Caminar con el rebaño no significa andar sin un destino aparente, sino que marca el horizonte de toda una vida que alcanza su plenitud en los brazos de Dios. En nuestra diócesis tortosina contamos con un seminarista y cinco vocacionados. Quizá alguno puede pensar que son pocos los llamados para una barca tan grande, pero no: el amor de Dios no se mide por números, sino por los ojos, los latidos y las manos que llevan escrito su santo nombre.

«De la abundancia del corazón habla la boca» (Mt. 12, 34) y, como el Custodio del Redentor, estos jóvenes –signos vivos del Señor que sacan cosas buenas del buen tesoro del corazón– deciden tomar la mano de san José, su santo patrón, para ser padres a su medida, capaces de entregarse desde el silencio habitado, el cuidado afable y la presencia diaria, discreta y oculta entre los hijos. En ese sigilo frágil, mediante la escucha, la presencia y el testimonio que marcan el camino sinodal de la Iglesia, los seminaristas, con su oración callada y serena que se mantiene viva a pesar de las dificultades que surgen en el camino, tienen un protagonismo muy especial en la historia de la salvación.

Os invito, pues, a rezar por los seminaristas de nuestra diócesis de Tortosa y de todas las diócesis del mundo. Para que Dios, quien traza la senda que ellos han de recorrer, vaya moldeando sus miradas hasta hacerles semejantes al Maestro. Sólo así, retomando el sentir inicial de san Jerónimo, podrán confesar con sus propios ojos el secreto mejor guardado que anida en su corazón: la mirada de Jesús de Nazaret.