Estimados y estimadas, hoy celebramos la partida del Señor al cielo, un hecho que el evangelista san Lucas narra dos veces, en el evangelio y en el principio del libro de los Hechos. La Ascensión, pues, hace de nexo entre la figura de Jesús, sus obras y sus palabras y la comunidad cristiana, nacida por la fuerza de la Pascua y llamada a seguir las huellas del Maestro. Pero, antes de ascender al cielo, Jesús Resucitado se reencuentra con sus discípulos, como lo había hecho a lo largo de este tiempo pascual, esta vez con la intención de despedirse de ellos. Las últimas palabras que les dice son que se queden en Jerusalén hasta que les sea enviado el Espíritu, sin el cual no podrán ser sus testigos. Hace falta, pues, un tiempo de espera para prepararse para la gran misión.
En este tiempo de espera, los discípulos tendrán que volver a aprender una lección que Jesús ya les había explicado en la montaña de la transfiguración, allí, ante la gloria de Cristo que se revelaba en la nube, querían hacer tres tiendas, es decir, deseaban permanecer en el bienestar espiritual que la luz potente de la comprensión divina les permitía tener. Y, sin embargo, la invitación que recibieron fue bajar de la montaña y encaminarse hacia Jerusalén, ciudad símbolo de la pasión y de la cruz como signos de donación absoluta y de auténtica revelación de Dios, realidades aparentemente contradictorias que ellos han de descubrir como caras de una misma moneda.
Hoy de nuevo, permanecen mirando al cielo, como embobados por la gloriosa partida del Señor en la nube. Pero no pasa ni un instante sin que dos ángeles les recuerden que tienen que ser testigos. Y es que toda revelación de Dios lleva implícita una misión. Ahora hace falta que dejen atrás toda nostalgia, todo deseo de permanecer con el Maestro como hasta entonces, para mostrar a Jesús en su cuerpo, en sus gestos, en sus acciones, en sus palabras. No se trata sólo de que lo recuerden o que digan de memoria lo que han visto, sino que sean Él.
La primera comunidad cristiana hizo este servicio con seriedad, libertad, creatividad y mucho gozo. ¡Qué bien supieron transmitir el mensaje de Jesús adaptándose a la cultura y a las circunstancias que iban surgiendo! Anclarse en el pasado, querer copiar al Maestro, instalarse en una interpretación rígida y cerrada, no tendría significado, sino que sería estancar la gracia de Dios y defraudar a tantos hombres y mujeres deseosos de su Buena Nueva.
Hoy celebramos la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. El papa Francisco nos pide «escuchar con el oído del corazón» para no quedarnos tan solo con la música de las palabras y así captar la profundidad del mensaje del Señor. Entonces podremos llegar a «una buena comunicación» con Él y con los otros. Está claro que para eso tendremos que conocer al Maestro y adentrarnos en las Escrituras para saber cuál es su mentalidad y su criterio. Fidelidad a su luz y creatividad para actualizarla serán las claves de nuestra misión evangelizadora.
Vuestro,