Fecha: 18 de abril de 2021

El libro de los Hechos de los Apóstoles, en este domingo tercero de Pascua,  narra como Pedro cura a un paralítico que estaba cada día a la puerta del templo de Jerusalén para que pidiese limosna a los que entraban. Este hecho produce un impacto extraordinario y la gente corre asombrada hasta su presencia. Pedro, entonces, les dirige la palabra para dejar claro que la curación no se debe a su poder o fuerza, sino que es obra de Dios, y en su explicación presenta el núcleo del kerigma cristiano primitivo: “El Dios de nuestros padres ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis ante Pilato; (…) matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos (…);  pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas: que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados” (He 3, 13-19). He aquí el primer anuncio de la fe, que llamamos kerigma y que contiene el núcleo de la predicación cristiana.

En pleno siglo XXI, tal como sucedió con Pedro y los once, el Espíritu Santo también da la fortaleza para superar los miedos, guía hacia la verdad plena y capacita para anunciar el evangelio por todo el mundo. El papa Francisco nos anima a ser evangelizadores con Espíritu, que se abren sin temor a su acción. Hoy se necesitan evangelizadores que anuncien la buena nueva con palabra valiente, y sobre todo con una vida que ha sido transformada por la gracia de Dios. Evangelización con Espíritu significa tener la conciencia clara de que el verdadero protagonista de la misión de la Iglesia es el Espíritu Santo.

La oración está estrechamente relacionada con el primer anuncio de la fe, porque no se trata de transmitir contenidos doctrinales, reflexiones filosóficas o morales. Se trata de dar testimonio de una persona, Jesucristo, y este testimonio sólo puede ser ofrecido por quien ha tenido una experiencia de encuentro con Él. Se trata de comunicar a los otros lo que se ha contemplado, experimentado y vivido. Los biógrafos de santo Domingo de Guzmán narran que siempre estaba hablando «con Dios o de Dios». La proclamación del kerigma requiere también mucha oración de petición, pues sólo la gracia de Dios puede abrir el corazón de las personas al primer anuncio.

Ciertamente quien proclama el kerigma es consciente de que su misión le sobrepasa, y puede afirmar con san Pablo que lleva «este tesoro del evangelio en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros» (2 Cor 4,7). En la oración es consciente de su pequeñez ante Dios y de su incapacidad para la misión. Por eso lleva a la oración toda su existencia, toda su realidad personal, todo lo que le rodea. Vive una espiritualidad de encarnación y al rezar presenta su corazón, su vida, su circunstancia personal y la de tantas personas que desconocen a Dios, que sufren, que andan desencaminadas. El evangelizador habla a los hombres de Dios, y al rezar, habla a Dios de los hombres. Lleva a la oración su vida entera y en particular aquellas personas que necesitan ser evangelizadas y la situación en la que se encuentran.

Cuando no hay una vida intensa de oración, de poco sirven los grandes proyectos y estrategias, como tampoco resulta útil dedicar largo tiempo y energías. A menudo constatamos la desproporción entre el trabajo realizado y los frutos obtenidos. San Juan de la Cruz nos avisa: «Adviertan aquí los que son muy activos, que piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios —dejando aparte el buen ejemplo que de sí darían— si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración». Los santos también nos recuerdan la importancia de la oración, la formación y la acción;  así como de la palabra valiente y el testimonio de vida. Y es que hemos sido llamados y enviados para ser testigos de Cristo resucitado, para ser “ser kerigma”.