Fecha: 26 de marzo de 2023
Cuando una persona ama mucho a otra, una madre, un esposo, una esposa, es habitual que le diga: “¡Eres mi vida!”, o bien: “¡Vida mía!”. Porque el amor y la vida van siempre unidos, y el autor de la vida es Dios, que es amor. Nos preparamos estos días para celebrar la muerte y resurrección de Jesús, su Pascua, es decir, el triunfo de la Vida verdadera. Este domingo la Palabra de Dios destaca la fe en aquél que es el Señor de la vida porque es su autor y creador. Jesús resucita a su amigo Lázaro y así manifiesta que nuestra vida, las vidas de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, vienen de Él y se encaminan hacia Él. Nuestra fe, la fe que hemos recibido como un don, se fundamenta en el amor que Dios nos tiene y que nos ha manifestado.
Es verdad que a menudo nos entran dudas, cuando vemos tantos sufrimientos, tantas heridas, tantas víctimas inocentes, cuando nos encontramos ante la muerte de personas que amamos, cuando vemos que la vida se nos va, mientras que aparentemente Dios guarda silencio. Entonces a veces nos preguntamos: «¿estamos solos en este mundo»? Recuerdo las palabras del Papa Benedicto XVI al visitar el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau el 28 de mayo de 2006, palabras que fueron un grito de su corazón dirigido a Dios: “¿Por qué, Señor, callabas? ¿Por qué toleraste todo esto?”, “¡Cuántas preguntas se nos imponen en este sitio! Siempre surge de nuevo la pregunta: ¿Dónde estaba Dios aquellos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar ese exceso de destrucción, ese triunfo del mal?”
¿Es que nuestro destino final es la nada y el fracaso? ¿Vale la pena seguir luchando si todo termina en un sepulcro frío y mudo? También la hermana de Lázaro, sumida en su dolor, dirigió a Jesús unas palabras parecidas: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Jn 11,21).
Sin embargo añadió también: «Pero incluso ahora yo sé que Dios te concederá todo lo que le pidas» (Jn11,22). Es decir, ella confiaba en Jesús, en su amistad. Ya antes el evangelista había insistido en su amistad con Lázaro y con sus hermanas Marta y María cuando dice que «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Jn 11, 5), porque como dice el título del libro de un teólogo famoso “sólo el amor es digno de fe”(Hans Urs von Balthasar).
La resurrección de Lázaro, en el evangelio de hoy, es la respuesta de Dios a nuestras preguntas: en las situaciones de oscuridad de nuestra existencia no estamos solos. Hay una Presencia de amor en la que existimos, nos movemos y somos. Cuando nos abrimos a esta Presencia y nos dejamos seducir por ella, que es lo que significa tener fe, somos capaces de vencer a la muerte. Y el Espíritu suscita en nosotros esta fe y confianza en que, pase lo que pase, nuestro destino es la vida.
Siguiendo el texto evangélico, Jesús declaró solemnemente a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida: quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre». Y añadió: «¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Una pregunta que Jesús nos dirige a cada uno de nosotros; una pregunta que ciertamente nos supera, que supera nuestra capacidad de comprender, y nos pide abandonarnos, como él se abandonó al Padre.
La respuesta de Marta es ejemplar: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (Jn 11, 27). ¡Sí, Señor! También nosotros creemos, a pesar de nuestras dudas y oscuridades; creemos en ti, porque tú tienes palabras de vida eterna y porque sabemos que nos amas. Queremos creer en ti, que nos das una esperanza segura de vida más allá de la vida, de vida auténtica y plena, porque el amor que nos has manifestado es verdaderamente digno de fe.