Fecha: 31 d’octubre de 2021
Mañana, 1 de noviembre, es la fiesta de Todos los Santos, de aquellos que la Iglesia ha declarado oficialmente como tales, aunque es consciente que son muchos más los que pasaron por este mundo tratando de vivir el espíritu de las bienaventuranzas y gozarán, después de su muerte, de la gloria de Dios. Algunos habrán sido familiares o conocidos nuestros. Y eso nos alegra y para ellos dedicamos una fiesta.
Tenemos un profundo respeto por todos los difuntos. El día 2 de noviembre está instituido para el recuerdo y la oración por todos ellos. No debemos confundir el sentido de las dos fechas aunque popularmente se ha dedicado este período de tiempo a la visita a los cementerios.
Nos centramos ahora en la fiesta primera. La palabra «santo», tal vez nos lleva a pensar en alguien excesivamente excepcional, en alguien que fue extraordinario, fuera de lo normal, en alguien digno de admirar pero con muy pocas posibilidades de ser imitado por nosotros, cuando en realidad no es así.
Cuando en la Iglesia conmemoramos el día de Todos los Santos, estamos celebrando el triunfo definitivo, junto a Dios, de todos aquellos que en su vida trataron de vivir de acuerdo con el evangelio. Fueron personas como nosotros: Unos hicieron grandes milagros, otros no hicieron ninguno; unos fueron personas excepcionales, otros pasaron como personas normales. Fueron personas que vivieron con nosotros y entre nosotros. No fueron extraterrestres. Fueron nuestros padres, nuestros amigos, nuestros conocidos. Todos ellos muy cercanos a nosotros y que participaron de nuestras costumbres, de las dificultades, de las alegrías y de los cariños. Tuvieron sus proyectos vitales y sus dudas en la realización de los mismos; contó mucho para ellos la fe en Jesucristo del que nunca quisieron prescindir. Por ello os recordamos unas notas que les propició la santidad. De los que hablamos podemos decir que fueron personas:
Honradas y veraces; coherentes con su fe, sin doblez y limpias de corazón.
La principal norma de su vida fueron las bienaventuranzas, que trataron de vivir personalmente.
Dios ocupó un puesto importante en sus vidas, supieron amar, perdonar y comprender a los demás. Trataron de servir siempre a sus semejantes.
Han merecido oír la voz de Cristo que les ha dicho: «Venid benditos de mi Padre: entrad en el Reino de vuestro Señor».
Celebramos en este día el triunfo definitivo junto al Padre de esa multitud incontable de hombres y mujeres que en su vida hicieron del seguimiento de Jesús su meta, su objetivo principal y su norma de vida más importante.
Ellos son hoy para todos nosotros, los que aun peregrinamos por este mundo, un verdadero ejemplo, un modelo y un auténtico testimonio a seguir en nuestra vida; es posible imitarlos porque nos recuerdan las principales características de la vida cristiana; en todo momento Jesús, su obra y su mensaje fueron la norma principal de su vida y así se empeñaron en transmitir. Los cristianos actuales tenemos una tentación que la expresamos muchas veces: la propuesta de Jesucristo es tan exigente que es imposible cumplirla; miramos a nuestro alrededor y parece triunfar la fuerza sobre la humildad y el servicio; parece triunfar el odio y las separaciones sobre el amor; parece triunfar la guerra sobre la paz; el egoísmo sobre la caridad. No hace falta añadir más contrarios a esta lista. Todos los conocemos,
Los santos nos enseñan que es posible el triunfo de lo que Jesucristo, el Santo sobre todos los santos, nos mandaba para nuestra vida. Es fiesta de alegría y de esperanza. Trabajemos para no caer nunca en la tentación de la imposibilidad y del abandono, Reconozcamos el esfuerzo de los santos que nos precedieron.